Ninguna solución militar definitiva es posible mientras un ejército se enfrente, no a otro cuerpo de ejército, sino a todo un pueblo». Esto es lo que había comprendido el primer ministro israelí Ytzhak Rabin cuando firmó los acuerdos de Camp David con el presidente egipcio Sadat, apadrinados por Estados Unidos. Ambos fueron asesinados por los correspondientes ortodoxos. Rabin, general, fundador del estado de Israel fue víctima del sionismo político que él había contribuido a crear. El sionismo es una doctrina política, nacionalista y colonial, preconizada por un agnóstico -T. Herzl- a finales del siglo XIX en Europa y EE.UU, que pretendía la creación de un estado judío en Palestina, en contra de los rabinos más representativos. La entente entre ultraortodoxos judíos y el sionismo político constituye la columna vertebral del Estado de Israel.

Los ultraortodoxos, los jaradíes -los temerosos de Dios-, en principio se opusieron a la creación del Estado de Israel, aunque desde 1948 gran parte de los jaredíes otorgó el visto bueno al Estado israelí plasmando su firma (la del partido político que les representaba, Agudat Israel) en la declaración de independencia. Hoy la mayoría de los jaredíes participan activamente en el Estado israelí: aceptan dinero para sus escuelas religiosas, forman partidos políticos para la defensa de sus intereses, algunos sirven en el ejército -aunque consiguieron desde el principio estar exentos del servicio militar-, son la base del crecimiento demográfico judío -con una media de 7 hijos-, se dedican al estudio de la Torá, los libros sagrados, y viven de subvenciones del estado. Sus partidos, con algo más del 10% son decisivos en el Parlamento e incluso en el Gobierno en el que participan. Y como la Torá es la fuente de la legislación -como para los ortodoxos musulmanes el Corán- no han aceptado nunca que Israel tenga una Constitución, sino Leyes Fundamentales, como la que proclama que las tierras del Estado o del Fondo Nacional Judío -el 6'5% en 1947 y actualmente el 93%, después de haber expulsado a millón y medio de palestinos- son inalienables, y no puede ser vendidas, ni arrendadas, ni siquiera trabajadas por un no-judío. Y, según la Ley del Retorno, una de las cuatro Fundamentales, tienen derecho a instalarse y a la nacionalidad israelí los nacidos de madre judía o convertidos al judaísmo; es claramente segregacionista, porque está excluyendo a los árabes palestinos. Por eso cuando exigen el reconocimiento del Estado Judío de Israel, el problema está sobre todo en el carácter confesional.

Pero, «la fuerza del puño judío provine del guante de acero americano que le recubre y de los dólares que lo acolchan» («Israel y el Judaísmo» de Y. Leibowitz, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén). Estos últimos se traducían hasta los años 80 en dos billones anuales más uno de los donantes de la Diáspora. Más importante es el guante de acero, obligado porque «los israelíes controlan la política del Congreso y del Senado, nuestros compañeros del Senado, alrededor del 70% de ellos, se pronuncian bajo la presión de un lobby» después de las palabras y de la investigación del Senador Fullbrighit, presidente de la comisión de Exteriores no volvió a ser elegido. Lo mismo le sucedió al veterano congresista Paul Findley por escribir que el lobby judío, «esta verdadera sucursal del Gobierno israelí controla el Congreso y el Senado, la Presidencia de la República, el Departamento de Estado y el Pentágono, al igual que los medias, y ejerce su influencia tanto en las Universidades como en las Iglesias».

Desde la primera resolución de la ONU que aceptaba el ingreso de Israel con tres condiciones -respetar el Estatuto de Jerusalén, permitir el regreso de los árabes palestinos y respetar las fronteras fijadas en la partición-, hasta las últimas; no las respeta Israel, o las veta EE. UU. Las declaraciones de Kerry sobre que la situación actual de Israel es insostenible o sobre su carácter de ghetto, y, sobre todo, con la suspensión por unos días de vuelos a Tel Aviv el gobierno Obama ha enseñado los dientes a Netanyahu. Para ir más lejos probablemente necesitaría ganar las legislativas dentro de tres meses Pero, como advirtió el Presidente del Congreso Nacional Judío Nahum Goldman, en 1976, a Carter hay que romper el lobby sionista -que él mismo había ayudado a crear- porque era «una fuerza destructiva y un gran obstáculo para la paz en Oriente Medio». Por ahí habría que empezar, poniéndole el cascabel al gato.