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Bartolomé Pérez Gálvez

Mejor calladitos

Los políticos no dejan de ser una muestra de la población de la que proceden. Si la mayoría son honrados -y estoy convencido de que así ocurre- será porque en la sociedad española también predomina la buena gente. Si encontramos algunos truhanes, no deberá extrañarnos que, en este país de pícaros y bandoleros, sigamos manteniendo algunas de nuestras más arraigadas tradiciones. Incluso si los hay violentos, no dejarán de ser también una manifestación palpable de que hay humanos descerebrados que se inclinan por estos derroteros. En conclusión, acabamos teniendo ejemplos variopintos de lo encontramos en nuestra sociedad.

Esta semana, un concejal obtenía su momento de gloria gracias a las animaladas que ha publicado -y luego retirado, eso sí- en su muro de Facebook. Les supongo enterados del frenesí aniquilador de César Vilar, portavoz de Esquerra Unida en el Ayuntamiento de San Juan. Al buen mozo le pasa lo mismo que a muchos mortales, y es que no soporta a algunos artistas. Lo que diferencia a este demócrata de boquilla es el modo como le gustaría acabar con quienes no comparten sus gustos. Cuestión de ametrallar al cantante y asunto solucionado. Al más puro estilo Chicago años veinte, pero en versión marxista-leninista. Eso sí, se despacha con una disculpa «a todos aquellos que se hayan podido sentir ofendidos». En fin, muchacho, que hablabas de pegarle unos tiritos a un ciudadano porque no te agrada su forma de pensar. No solo es cuestión de sentirse ofendido. Porque, si actuará así un colega del PP o del PSOE, ¿pedirías su dimisión?

No vean ustedes los titulares que nos ha dedicado la prensa latinoamericana. Si ya éramos conocidos por la corrupción, ahora tenemos que aguantar títulos del estilo «político español amenazó con matar a David Bisbal con una metralleta». Literal, que no les miento. Eso sí, la ejecución no sería como castigo a su estilo musical sino, según parece, por considerarlo representante de esa corriente ideológica que el tal Vilar define como «mugre españolista asquerosa».

Cuando el concejal hace referencia a esta España «mugrienta», debe referirse a la misma que acepta convivir pacífica y democráticamente con quienes defienden una ideología basada en la lucha de clases y la dictadura del proletariado ¿Dije dictadura, verdad? La misma España que acepta la participación, en el juego democrático, de quienes aplauden a regímenes que, como el de Cuba o Corea del Norte, no respetan las mismas normas. Porque, a pesar de sustentarse en una ideología totalitaria, el comunismo -o como quieran denominarlo hoy en día- aporta también algunos valores positivos dirigidos a alcanzar una sociedad más justa y equitativa. Por eso tienen cabida en un país democrático, por más que éste pudiera ser mugriento en algunas cosas.

Me dirán que es una simple expresión y podría aceptar esta excusa, si no fuera por ciertos matices. Cuando el lenguaraz concejal intenta justificar su incontrolable deseo de acabar con David Bisbal, acaba pasándose nuevamente de frenada. Alega que pasó la noche «rodeado de almerienses» y que se le calentó la boca. Interprétenlo como quieran pero no parece que tenga en alta estima a los ciudadanos de esa provincia y así parecen haberlo interpretado desde Izquierda Unida por aquellas tierras. Y es que, en cuanto a su respeto a los andaluces, Vilar parece coincidir con el muy honorable ahorrador, Jordi Pujol, quien no hace mucho tiempo consideraba que «el hombre andaluz vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual». Miren por dónde existen ciertas coincidencias entre el comunismo sanjuanero y el catalanismo de derechas.

Todo quedaría en una anecdótica patochada si no fuera porque empieza a ser habitual, en todos los bandos, este tipo de conductas. La derecha española tampoco le anda a la zaga, que ya son demasiadas fotos de sus jóvenes cachorros rodeados de emblemas franquistas, brazo en alto y axila al viento. Unos y otros empiezan a merecer una seria reprimenda, que en este país no estamos para jugar con fuego.

Les comentaba que los políticos no dejan de ser ejemplos del ciudadano español medio, mugriento o no. Y no solo ellos se dedican a desearle el peor de los males a quienes no comparten gustos o ideología. Vean algunos ejemplos. Por mucho que Pablo Iglesias, «el joven», me parezca más próximo al populismo bolivariano que al político pragmático y realista que necesita un país desarrollado, no pueden aceptarse las amenazas que viene recibiendo en las redes sociales. Leo sandeces del tipo «qué pena que sea el caído y no tú» -dirigido al líder de Podemos y junto a la fotografía de un cadáver- y no alcanzo a imaginar qué tipo de alimaña humana puede haber escrito semejante barbaridad. Por no decir del malnacido que se permite desear que tanto Iglesias como todo su equipo, incluidos sus votantes, acaben en la cuneta. O, por cambiar de bando, de aquellos otros indeseables que desearon la muerte de Esperanza Aguirre cuando ésta dio a conocer que padecía un cáncer. Hasta damos caña más allá de nuestras fronteras. Vean los tweets racistas de Pilar Manjón, dirigidos a Barack y Michelle Obama, a los que la presidenta de la Asociación 11-M de Afectados por el Terrorismo se refiere como «el negro de la Casa Blanca y la P de su mujer». Lo dicho, esta es la sociedad en la que vivimos. Mugrienta sociedad, sí señor.

Los latinos llevamos mal esto de controlar los impulsos y, en ocasiones, las tonterías acaban mal. La Historia nos recuerda el aviso del otro Pablo Iglesias -«el viejo»-, en el Congreso de los Diputados, cuando le soltó a Antonio Maura aquello de que «para evitar que Su Señoría suba al poder debe llegarse hasta el atentado personal». Dos semanas más tarde, el líder conservador sufrió un atentado que Iglesias evitó condenar. Me dirán que eran otros tiempos pero, en estas latitudes, hace apenas cinco años teníamos que escuchar a todo un President de la Generalitat como Francisco Camps, aportar una nueva estupidez a la oratoria parlamentaria, asegurando que al socialista Ángel Luna «le encantaría coger una camioneta, venirse a mi casa de madrugada y que a la mañana siguiente yo apareciese boca abajo en una cuneta». Joder, cómo anda el patio.

Visto lo visto, creo que no hace falta ley alguna que sancione estos comportamientos. Bastaría con aplicar la simple lógica, cuando menos la que caracteriza a cualquier primate superior, para dar puerta -que no boleta, cuidado- a todo aquél que soltara sandeces de este calibre. Y es que algunos están mejor calladitos.

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