En mi pueblo, hace mil años, en la Andalucía profunda reinaba el bribón alcalde Mehincho. Por él me siguen preguntando algunos por la calle. En muchos bares y en una barbería de aquel pueblo penibético había un cartel, manuscrito y con intentada letra de imprenta, que decía: «Prohibido el cante. Prohibido hablar de política». Hablar de política, salvo para cantar las bondades del Caudillo alabando el último pantano inaugurado o la última entrada bajo palio en cualquier catedral con el arzobispo de turno, era más que peligroso.

Un barbero sabio, como solo se podía hablar de fútbol y toros, de Amancio y Gento, del Cordobés y Manolete, para fidelizar a la clientela, antes de empezar la conversación que duraba lo que un afeitado con navaja y brocha, preguntaba: ¿Quiere que hable a favor o en contra? El cliente siempre tiene la razón, como el votante en época electoral.

¿Por qué cuento esto? En España y en Alicante hay mil clubes y asociaciones: cofradías de Semana Santa, peñas de barracas y hogueras, grupos de moteros o Amigos del Camino de Santiago, rotarios o admiradores del cocido madrileño y la fabada asturiana.

He visto en alguno de estos clubes que pretenden llevar a rajatabla la prohibición que regía en los bares y en la barbería de mi pueblo: no se puede hablar de política. Del cante, aún, no he visto ninguna orden que tipifique la expulsión de quien intente arrancarse por Camarón, El Lebrijano o La Niña de los Peines.

Entiendo que un grupo rotario, motero, de amigos de la Santa Faz o de las monjas clarisas no quiera que nadie vaya a darles el peñazo explicándoles las bondades de que González Pons sea eurodiputado o a polemizar sobre si Pedro Sánchez ha echado por tierra la integración socialista marginando a Pérez Tapias y a Madina.

De ahí a pretender que solo se pueda hablar del tiempo, del fichaje de James o Griezman, o del descenso del Hércules, va un abismo.

No se puede decir -es un ejemplo-: solamente se puede hablar de aquellas cosas que nos interesan como funcionarios, como taxistas, como comerciantes, como policías, como empleados del crematorio de San Juan del ídem o como peluqueros de señoras. Decir eso es una falacia por no decir una estupidez, que no quiero ofender a nadie. Con estos calores no está uno para batirse en duelo con nadie.

Si le han bajado el sueldo, se lo han congelado, le han quitado la paga extra -la misma que ahora se rumorea que van a reponer-, eso es política.

Cuando compra cualquier cosa y paga un impuesto sobre el valor añadido del 21%, eso es política.

En cualquier Estado del mundo, en la esencia, en los intríngulis de su funcionamiento, hay una cosa que se llama política criminal y es con base en ella como se decide que unas cosas sean delito y otras no, que unas cosas estén penadas con mucha cárcel y otras con menos o con nada. Es política y nos afecta a todos, incluso a los que en sus clubes -del tipo que sean- prohíben hablar de ella.

Cuando ponemos veinte euros de gasolina al coche -usted o Jordi Pujol, aunque él va sobrado y hasta ahora ha tenido coche oficial, pensión de ochenta y seis mil euros al año y quien le llenara el depósito-, cuando ponemos gasolina en el coche y le cuesta lo mismo al que tiene millones que al que sobrevive con el sueldo base, eso es política.

Si renuncia a la pensión vitalicia es que tiene el riñón bien cubierto. Yo no renuncio a una pensión de ochenta mil pavos al año ni loco. Con ella -un sueño irreal para el común de los mortales-, aguantando tres años sin ir al crematorio, me quito la hipoteca y dejo a mis herederos una casa limpia y no con cargas, que es siempre una vergüenza de herencia, casi como para renunciar a ella.

Las pensiones, su cuantía, su revalorización, los años precisos de cotización y hasta decir a los abuelos que no vivan tanto porque la caja no es inacabable? eso también es política.

Cuando se decide -muchos dicen no saber quién toma esas decisiones- que sus hijos estudien inglés o catalán, religión o matemáticas, lengua o ciencias naturales como asignaturas esenciales; cuando se decide la fecha en que empieza y acaba el curso, las vacaciones, la apertura de los comedores escolares en verano o la semana blanca -que no sé cuántos esquiadores hay aquí para necesitar esa semana- eso es política.

Si se prohíbe hablar de política se prohíbe hablar de la vida de cada día. En todos esos sitios solo se puede estar en silencio. ¿Para qué reunirse entonces?