Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Francisco Esquivel

Aire fresco

A la salida de una sesión de jazz pausada hasta la extenuación, mortecina por fases pero sin dejar de resultar sugerente le pregunté al crítico Marc Llorente «¿sabes lo que ha faltado?»; «pues, no»; «el gin tonic». No puedo evitar tener la sensación de que determinados sonidos se saborean mejor en el antro de un sótano de Praga, una calle misteriosa del Village neoyorkino, Malasaña o el barrio mismo que en un reluciente auditorio. No sé si sería porque ante la nueva cita me preparé en casa uno bien cargadito pero el caso es que la actuación de Hiromi metió al respetable sangre en las venas. Desde semanas atrás, una amiga que curra rodeada de japoneses iba como loca intentando conseguirles entradas porque, a los del país del Sol Naciente, les dio algo al saber que la pianista de Hamamatsu tocaría a tiro de piedra. Tras verla lo entiendo. Hiromi Uehara atravesó al escenario con paso lento y ese toque presuntamente vergonzoso propio de los nipones, aparentando la fragilidad de la niña que no es y, tras una seña, se lanzó sobre el piano como una pantera sin dejar de combinar en ningún momento alma, fuerza, encanto y candidez. Si la tienen a mano en cualquiera de las programaciones veraniegas, no lo duden. Qué más da que sea algo efectista. La ruptura estética y pasional no se la salta un galgo. Posiblemente un hombre con traje gris hubiese tocado con mejor técnica, pero Hiromi es otra cosa. Un volcán y un soplo de aire fresco, aparte de una virtuosa del copón. A estas alturas la gente está harta de los patrones de siempre y ansía imán sobre el escenario. Hiromi lleva el pelo recogido, pero la coleta se mantiene erguida. Y lo cierto es que entre un programa por muy pegadizo que sea y unas notas atrevidas, el teclado y la música limpia envuelven algo más. Vamos, como de aquí a Pekín. Tokio, en realidad.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats