No voy a hablar de Gallardón, el gran héroe de la justicia desde su posición de ministro porque como nada le basta, llenaríamos cientos de escritos y no sé si algún manual con el título «Cómo acabar con la Justicia». Unas lecciones magistrales de la mano del ministro.

Mejor vamos a airear el trato que recibimos en ocasiones ciudadanos y profesionales por parte de algún que otro funcionario. No de todos, que los hay magníficos, cercanos e incluso cordiales.

Para algunos altos empleados públicos, para esos que tienen rango de autoridad y tratamiento de señoría o señor, para ellos Gallardón lanzó un anteproyecto de Ley Orgánica del Poder Judicial (aprobado el pasado 4 de abril) en el que se decía que estarán obligados, como el resto de funcionarios de la Administración, a vestir y a comportarse con el decoro adecuado a la función que desempeñan.

Esta novedosa y rigurosa imposición de tratamiento y vestuario, lo del vestuario parece que tocó la fibra sensible y suscitó malestar entre los secretarios judiciales quienes manifestaban en los medios que tomaban esto como una ofensa hacia su profesión y su digna persona.

Decía el portavoz de la Unión Progresista de Secretarios Judiciales: «nos están faltando al respeto». Además decían que tenían un prestigio ganado a pulso y lo estaba tirando por tierra el ministro. Añadía que el concepto de decoro era de otra época.

La verdad es que no hay quejas de ciudadanos por las prendas y forma de vestir de los funcionarios, aunque en alguna administración pública he visto yo, en verano, mandar a alguno a casa a ponerse pantalones largos porque pretendía desempeñar su función de atención al público en bermudas, no me refiero a los secretarios judiciales. Cierto es que una buena imagen vale más que mil palabras, pero considero que más importante que todo esto es acercar la justicia a los ciudadanos y profesionales y no alejarla como está haciendo nuestro cada vez más apreciado ministro Gallardón. Parece que olvidamos que el Poder Judicial emana del pueblo en un Estado Democrático de Derecho.

Quizás, señor ministro, debería preocuparle más el trato que da alguno de sus funcionarios a ciudadanos o profesionales que las levitas o la indumentaria de trapillo porque a fin de cuentas, debajo de una toga de alpaca negra todo se tapa, mostrando con ella cierto empaque en la solemnidad de los juzgados.

Aquí es de donde debería de partir, señor, a tratar el asunto del decoro, aplicándolo como lo que es, un derecho de los ciudadanos. Porque más bien, estimado ministro, en vez de vestir a los secretarios judiciales de princesitos, quizás habría que formar a algún secretario residente en el palacio de justicia de la ciudad de las palmeras, formarle, digo, en materia de decoro, ese comportamiento adecuado y respetuoso que merece toda situación. Toda persona, bien sea ciudadano o profesional de la abogacía, que merecen, insisto, la dignidad de su comportamiento.

Hay servidores públicos -debían ser servidores públicos porque del dinero de todos los ciudadanos salen sus sueldos- que parecen imbuidos de la teoría de Mircea Eliade sobre la religión. Hay que alejar las instituciones y las personas particulares que las encarnan, de los ciudadanos, porque mientras que las veamos de lejos parecerán mucho más importantes. Hay que hablar un lenguaje enrevesado y oscuro porque eso es señal de empaque e importancia. O no escuchar a un letrado, mostrándole la espalda y trato que deja que desear delante de otros compañeros que no dan crédito a la situación. Pero hay que callar, porque hablar puede perjudicar. Como en las misas antiguas: el cura subido allí arriba en un altar alejado y hablando un lenguaje que nadie entiende. Si se acerca un ciudadano o un profesional se le niega le entrevista por más que lo pida con educación exquisita y casi con sumisión de siervo. El importante no recibe, el importante no habla, al importante no se accede porque no puede bajarse a la altura del común de los mortales.

Y ellos se creen que eso aumenta su caché, la altura de su cargo. Nada más lejos de la realidad.

Lo mismo piensan algunos políticos con los que entrevistarse es imposible porque siempre hay un filtro o una secretaria por medio. Si accedes a recibir a alguien en el momento en que lo pide das la impresión de que no tienes nada que hacer -por recibirlo tan rápido- y eso te resta importancia. Puro marketing barato.

Cuanto más importante es una persona -real e intrínsecamente importante- más llana y accesible es. En eso reside gran parte de su grandeza. Todos somos iguales. La humildad, qué gran virtud.