En plena semana de pasión del PP en la Comunidad Valenciana con una hilera de nazarenos imputados y otros camino del calvario de la cárcel recordándonos la Danza macabra que pintara Hans Holbein el Joven y el poema sinfónico del mismo nombre que compuso Saint-Saëns, se acerca el amenazador y estridente agosto, un mes pedestre, ofensivamente vestido de bañadores mojados con un toque de pipí, torsos masculinos desnudos y grasientos, sudor avinagrado y rancios olores cercanos a la prehistoria del ser humano.

Y conforme se acerca agosto me voy alejando silenciosamente al interior de mis banales reflexiones en una suerte de autismo estético, balsámica crema veraniega que protege no solo la vista y el olfato, sino, sobre todo, la memoria. No estoy hablando de ese intenso calor húmedo y espeso, envuelto en orquídeas carnívoras y whisky sour que desprende el mejor Faulkner en algunas de sus tórridas novelas; ni hablo de ese otro calor seco y terroso, anaranjado, con cuyos colores y olor se perfuman las suaves laderas de la Toscana y que inspiraron a Paolo Uccello para el fondo de sus frescos de Santa María Novella, la más hermosa de las iglesias de Florencia; ni hablo, en fin, del abrasador y arcano fuego que se desliza por las bajadas de la pirámide escalonada de Zóser El Magnífico, levantada para la eternidad en Saqqara por el primer arquitecto del que tenemos memoria, Imhotep, en el Egipto de la III Dinastía. No. Hablo del asfixiante verano «multicasposo» que nos toca padecer aquí todos los años. Insufrible.

Ante esa espantosa perspectiva estética y conceptual no nos queda otra solución que dirigirnos a la indulgencia plenaria de ustedes dos, a su indiscutible autoridad, para que señalen al pueblo huérfano el camino correcto a la perdición: playa, casa o independencia. En esa tesitura, en ese dilema estival, se encuentra sumida parte de nuestra ciudadanía de a pie, máxime cuando hace solo unos días ha conocido que la Comunidad Valenciana es la peor tratada en la financiación autonómica, la más discriminada de toda España, incluida Cataluña. Y digo Cataluña no para hacer rabiar a los iconoclastas del jacobismo recidivo, que ya le gustaría al amigo Robespierre, no; lo digo porque, a tenor de los datos conocidos del informe que ahora sale a la luz de las imágenes elaborado por un grupo de expertos encabezado por el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Ángel de la Fuente, el discurso de los políticos independentistas catalanes sobre que España les «roba» era pura leyenda urbana.

Hay que reconocer que esa leyenda ha sido muy bien narrada y explotada en aquellas tierras por los terratenientes políticos dueños del discurso separatista, como toda la historia que han inventado sobre la doliente y explotada Cataluña. Un mito que, para sorpresa de sus padres, ha llegado a calar en los hijos de quienes emigraron a Cataluña provenientes de las regiones españolas más pobres, como Andalucía o Extremadura. Ello explica la confusión ideológica y existencial en la que se encuentra sumido el socialismo catalán, cuyo histórico partido corre el peligro de desaparecer en combate. Lástima que gran parte de la intelectualidad patria no haya tenido la gallardía, la dignidad moral de explicar cuán falso es ese discurso independentista basado en agravios históricos delirantes, opresiones imaginarias o acontecimientos que solo han ocurrido en la distorsionada mente de unos cuantos iluminados por la fe del dogmatismo inquisitorial y la intolerancia. Esa sí es una casta intocable y temible: o estás con ellos incondicionalmente o estás en el infierno. Así lo refleja el artículo Habla la Cataluña silenciosa que este jueves publicaba El País y donde el presidente de la Sociedad Civil Catalana, Josep Ramón Bosch, decía que «hay miedo a la muerte civil, a ser apartado de la tribu». Es la misma tribu que advertía Karl Popper; la misma a la que hacía referencia Vargas Llosa al afirmar que «el nacionalismo ha causado millones de muertos; es un regreso a la tribu, una tara que solo se puede combatir con la cultura».

De ahí que el mundo de la cultura, en la persona del rector de la Universidad Complutense de Madrid, el amigo Carrillo (el otro), proponga en este inicio de verano crepuscular y delirante que el líder de Podemos, Pablo Iglesias (el otro), sea nombrado profesor honorífico. Esgrime el amigo Carrillo, entre otros méritos de Pablo Iglesias, que el fenómeno Podemos se va a contar y estudiar en todas las universidades del mundo. Lo que no aclara el otro Carrillo es si se trata de universidades que no estén entre las 200 mejores del mundo, como el caso de la Complutense de Madrid. Pero eso importa muy poco ante el planetario fenómeno de Podemos. Téngase en cuenta que el amigo Carrillo está aplicándose en ver cómo le cobra a la Iglesia Católica un alquiler por las capillas que tiene en la Complutense. Ahí sí debe estar entre las primeras del mundo. Es el nuevo I+D+I. Así las cosas, he resuelto el dilema estival de que les hablaba al principio: este verano, como todos, me quedo en casa. No me regalen bañador.