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Isabel Vicente

El sexo: ¿cuestión de estado?

Yo pensaba hasta ahora que la vida privada de la gente es eso, privada, pero me equivocaba, sobre todo cuando la vida privada es la de alguien influyente y poderoso. Qué decir si es un presidente de un gobierno, y peor, si lo es del país que manda en el mundo. Y es que estos días ha salido a la luz un libro del periodista norteamericano Daniel Halper en el que se asegura que las tórridas conversaciones entre Bill Clinton y la becaria más famosa del mundo, Monica Lewinsky, cuando él era presidente, fueron «interceptadas» por autoridades de Israel, Rusia y Gran Bretaña, y utilizadas para chantajear al líder de los EE UU. De hecho, el primer ministro de Israel entonces, Benjamin Netanyahu, habría exigido a Clinton la liberación de uno de sus espías a cambio de no hacer públicas las conversaciones sexuales, e incluso tuvo que intervenir la CIA porque el líder americano estaba dispuesto a aceptar.

Al margen de que parece bastante ingenuo que Clinton no supiera que se grababan todas sus conversaciones -con las que los servicios secretos de medio mundo, por cierto, debieron pasárselo bomba-, es evidente que un affaire en estos casos puede poner en peligro la estabilidad de un país y convertirse en un asunto de Estado. Pero es que, además, el carácter casquivano del expresidente no sólo afectó a su mandato, sino que puede dañar la carrera política de su mujer de la que se da por hecho que conoce los numerosos amoríos de su esposo, algunos, según han publicado medios de medio mundo estos días, con mujeres tan famosas como Barbra Streisand, que era una de sus mayores contribuyentes para su campaña política, y la británica Elizabeth Hurley.

La edad no parece haber reducido la libido del exmandatario y se está preparando otro libro, del también periodista Ronald Kessler, que recoge, entre otras lindezas, que Clinton tiene una relación con «una rubia pechugona» que entra y sale de la residencia del expresidente como Pedro por su casa cuando la consorte no está; una mujer, muy simpática, según los agentes del servicio secreto, que incluso les lleva galletitas, y cuyo carácter afable contrastaría con el de la exprimera dama a la que, según Kessler, los escoltas califican de «desagradable y hostil». Aún no se sabe si Hillary Clinton va a luchar por la presidencia en su país pero el panorama que se le presenta aguantando una nueva serie de escándalos de su desmelenado esposo, no parece el más favorable mientras miles de mujeres nos preguntamos por qué no le da una patada de una vez y sigue adelante sola.

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