Una de las cosas que más me gusta es ver amanecer frente al mar. Hay un tiempo fugaz entre la callada noche y el despertar diurno. Al alba, el sol emerge del horizonte nítido, descubre el manto de las sombras de la noche tornándose gris azulado, como decía Azorín, las cordilleras prebéticas: Serra de Bernia, Puig Campana y Serra Gelada. La solitaria islita de Benidorm, fruto de la leyenda del caballero Roldan y su espada Durandarte, acoge también los primeros destellos y desprende un abanico brillante que se posa en el mar como una sábana plata. Son como lucecitas, sobre el azul intenso del Mediterráneo, confundiéndose con el cielo rosáceo y violeta con las últimas luminarias de la noche, que se resisten a desaparecer. Si esperamos un poco más, veremos cómo la lobreguez de todo el paisaje se torna brillante y las pequeñas ondulaciones que mueve la suave brisa van y vienen a su antojo, con gozo encendido.

Las gaviotas, cruzan el cielo en bandadas y hacen su ruta habitual hacia los vertederos buscando el desayuno. Son ágiles, vuelan alto y en pareja. Algunas se desmarcan del resto dando círculos sobre la Playa de San Juan. A menos de nada solo quedan las rezagadas; un goteo de gaviotas que parecen algo cansadas o viejas. Se pierden detrás del Cabo Huertas. Al atardecer, sin embargo, fieles a la cita vespertina, regresan hacia Villajoyosa para recibir a los barcos de pesca.

Sin esperar mucho, aparecen los paseantes tempraneros. Tres nadadores hacen diariamente la ruta de las gaviotas. Todo está quieto. El bullicio duerme. La playa todavía conserva la virginidad dada por las máquinas de limpieza. Luis, el holandés, desde hace más de treinta años, comienza a abrir sombrillas y hamacas. Y viste la playa a rayas azul y blanco.

Los primeros bañistas ponen sillas y mesas. Los niños cogen cubos y palas; lucen sus espléndidos cuerpos desnudos bajo el sol de la mañana. Los bebés, bajo las sombrillas, también disfrutan por el simple hecho de mostrar sus redondeces, sin ropa. Se sienten libres. Padres y abuelos vigilan sus idas y venidas a la orilla.

Cuando el mar estaba encabritado por el levante, las olas descontroladas, echan fumarolas blancas en sus crestas. Suben y bajan sin descanso. Las fuertes corrientes marítimas nos arrastran hacia dentro. El fondo del mar se transforma. La barra de arena, donde tras unas brazadas se hacía pie, se desplaza y las olas rompen con fuerza. Las playas de San Juan y Muchavista son playas engañosas porque hoy hay hoyos y mañana socavones. Los niños y personas mayores, confiadas, no saben que después de una orilla amplia lambida de mar, a pocos pasos, lleva a un agua más profunda. El peligro acecha para los no nadadores. La imprudencia y desconocimiento de estas playas, puede costar un serio disgusto, como así ha sido desde que empezaron los baños este año. El agua, cuando se enfurece, no tiene compasión. Es tramposa.

Las playas de San Juan y Muchavista de El Campello, no son playas inocentes. No bastan las banderas rojas, amarillas o blancas para advertir a los bañistas. Cada tramo es diferente. Cuando sopla el lebeche, allá a la una del mediodía, el agua toma dirección hacia El Campello, arrastrando sigilosamente y sin darnos cuenta a los bañistas. Como empujaba el mar, desde los tiempos a los barcos con malos navegantes hacia el rincón campellero de los Baños de la Reina. No estaría de más informar en varios idiomas sobre estas condiciones cambiantes de las playas, para que los turistas y bañistas en general, sean prudentes. Es una sugerencia.