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La guerra fría nunca llegó a tanto

Pocos episodios de la llamada guerra fría fueron tan calientes como los que cursan en Ucrania y Gaza. El derribo de un avión comercial con casi 300 pasajeros sin la menor implicación en el conflicto, hubiera sido suficiente para romper hostilidades en tiempos no tan lejanos. La participación de Rusia es una evidencia casi científica en el hecho. Además, la desaparición de las huellas delatoras en la zona del siniestro habla por sí sola. La masacre de civiles y de niños no fue un hecho casual y el intento de desviar culpas a la no exclusión aérea desborda el límite del grosero cinismo.

El aplastamiento masivo de la franja de Gaza, con centenares de víctimas y hogares destruidos por la invasión terrestre de Israel desborda igualmente todos los precedentes de crueldad en el abuso de la fuerza militar. Quienes hemos convivido con la guerra fría, en un mundo dividido en bloques desde el final de la segunda guerra mundial hasta la caída de Muro de Berlín, tenemos viva memoria de la guerra latente que el Estado israelí y los desposeídos palestinos han librado sin cuartel, con choques bélicos que nunca osaron la masacre indiscriminada de un pueblo. Y ello sin pausa en las tentativas internacionales de pacificación, incluido el sarcasmo de otorgar el Premio Nobel de la Paz a los líderes de ambos bandos. La imagen de exterminación armada traduce la impotencia, real o fingida, de las grandes potencias.

La visión del avión abatido y del asalto al pueblo palestino es la visión del horror. Genera una conciencia de vulnerabilidad e indefensión que será psicosis planetaria si el miedo a la implicación y el peso de los intereses económicos sigue paralizando a los poderosos. La dimensión de los acontecimientos deja en ridículo la imposición de sanciones con las que intentan nadar y esconder la ropa. Nada más lejos del sano criterio humanista que predicar castigos bélicos capaces de generalizar los conflictos. La guerra fría también escribió capítulos sangrientos, pero, en la medida en que hoy pudiera mantener cerrado el fuego, sería preferible a la ficticia estabilidad, con hechos como los que están a la vista, en los que cada cual puede decidir unilateralmente la hora de la destrucción civil sin que ocurra nada. Lo hemos pasado mal, pero lo de ahora es peor porque nos han vendido la falacia de un mundo en paz.

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