Durante la Guerra Fría, Oriente Próximo y Medio estaba férreamente controlado por rusos y americanos y nadie movía un dedo sin su permiso. Al desaparecer la URSS y ensimismarse los americanos en su política interna, se han liberado otras fuerzas que hasta ahora estaban reprimidas por las dictaduras que sustentaban uno u otro, según los casos, y por eso al eterno conflicto israelo-palestino se añaden ahora otros dos con orígenes diferentes pero que se acaban encontrando: la llamada primavera árabe y el enfrentamiento entre suníes y chiíes. Si el primero opone a árabes y hebreos, los dos segundos enfrentan a musulmanes entre sí. Entre todos amenazan con incendiar una región muy sensible por sus reservas de petróleo y eso, junto con la latente amenaza terrorista, nos impide mirar hacia otro lado aún en medio del desconcierto que provoca la variedad de actores en presencia y sus cambiantes alianzas.

La primavera árabe ha pasado de la ilusión inicial por librarse de las dictaduras (Ben Ali, Mubarak, Gadafi€) al desencanto de caer en manos de islamistas por la debilidad de los sectores laicos modernizadores en esos países. Egipto ha regresado al gobierno de los generales (con aplauso americano) después de que los iniciales entusiasmos revolucionarios desembocaran en unas elecciones ganadas por los Hermanos Musulmanes que dieron el gobierno a Morsi, un presidente que quiso islamizar al país a golpe de decreto y provocó una reacción popular capitalizada por el Ejército. Túnez, el lugar que alumbró las revueltas, es el único país que parece ir relativamente bien, pues en Libia milicias armadas y conatos de golpe de Estado impiden funcionar a la industria petrolera y sus arsenales saqueados alimentan a grupos terroristas desde el Sahel hasta la lejana Nigeria, donde los salvajes de Boko Haram los utilizan para secuestrar a colegialas y poner en jaque al gobierno. Yemen echó al presidente Saleh pero no levanta cabeza, desgajada por luchas intestinas de todo tipo y Siria lleva tres años de una guerra civil que nos tiene desconcertados pues el régimen de Bachar tiene el apoyo de Irán y de la milicia libanesa Hizbollá, considerada terrorista por Occidente, pero también de cristianos, judíos, drusos y chiíes que le ven como un mal menor frente a los rebeldes islamistas suníes apoyados por Arabia Saudí y Catar.

Y es aquí donde las cosas se complican aún más porque entra en escena Irak. Los americanos desvertebraron el país al desmantelar al Ejército y al partido Baath tras una brillante invasión militar seguida de una supuesta reconstrucción nacional que no supieron hacer. El resultado es el actual desastre, agravado por un primer ministro sectario y una retirada americana hecha por razones de política interna sin tomar en consideración la situación del país. De esta forma, un escenario caótico en Siria e Irak, países vecinos, ha permitido la eclosión de un fuerte movimiento islamista radical, vinculado en su origen a Al Qaeda, que se apoya en las tribus suníes marginadas del poder por los alawitas en Siria y por los chiíes en Irak. Así, las ansias de libertad que están en la raíz de la primavera árabe se mezclan con la ancestral lucha entre chiíes y suníes por el dominio regional. El resultado es explosivo pues en las zonas liberadas de ambos países se ha creado un califato reforzado con el dinero y las armas obtenidas al tomar Mosul, la segunda ciudad de Irak. El autoproclamado califa Aubaker al-Bagdadi pone muy nerviosos a todos los gobernantes árabes porque su ambición es el dominio político y espiritual sobre todos los musulmanes y recuperar para el Islam todas las tierras que un día estuvieron bajo sus banderas, como Al Andalus, sin ir más lejos. Preocupante.

Todo esto nos desconcierta porque las alianzas que existían en Siria se invierten en Irak, donde americanos e iraníes van de la mano y apoyan al gobierno chií de Bagdad, cosa que irrita profundamente a saudíes, egipcios y cataríes que juegan con fuego al financiar a hermanos suníes aliados con yihadistas fanáticos, pero que aún temen más al resurgir de Teherán, el viejo enemigo persa y chií, como potencia regional. ¿Alguien da más?

Este contexto de locura colectiva lo aprovechan los kurdos iraquíes para exigir su propio Estado, que pretenden financiar con petróleo que Bagdad considera suyo. Es jugar con fuego porque un eventual Estado kurdo actuará como un foco de irredentismo sobre otras minorías kurdas (30 millones) y puede acabar desestabilizando a Irán, Armenia y Turquía, igual que las oleadas de refugiados provocadas por estos conflictos pueden desestabilizar a Jordania o Líbano y poner las cosas bastante peor de los que ya están. En Europa aumentarían quienes vendrían en busca de asilo (ya llegan por millares a las costas italianas) y el riesgo de sufrir ataques terroristas con yihadistas duchos en la lucha armada que regresarán mezclados con esos refugiados. Pintan bastos. Y eso que hemos dejado fuera a la República Islámica de Irán y a su programa nuclear€