Sorprende que Esperanza Aguirre, viniendo de donde viene -no se sabe adónde va-, sea tan quisquillosa con Pablo Iglesias, líder de Podemos. Ante sus más recientes declaraciones en torno a esta agrupación política, no exenta de feroces aliados, es fácil asumir, por tanto, que Podemos es lo mejor y lo peor que la ha pasado a su partido. Partido que ya ha asumido que la mejor defensa en un buen ataque: dejar en evidencia a los demás en una posible política a desarrollar para que no se note la nuestra, que es, incluso, peor.

Podemos es lo peor que le ha podido pasar al PP porque, al inaugurar un discurso novedoso en la política española, que algunos ya creíamos que no se iba a producir, desarbola un bipartidismo que ya creíamos omnipresente y que ha resultado infértil de cara a unos electores que ya están pensando en convertirla en la tercera fuerza nacional en las próximas elecciones, en detrimento de IU y de UPyD. Esto podría haber tenido como consecuencia unos planteamientos políticos alejados de regiones testiculares, otra forma de ejercer la política por parte del PP más apegada al consenso y a la cruel realidad que muchos viven en estos momentos. Pero no, el PP no aprende y critica con descaro algo que es consustancial a sus propios planteamientos y forma de hacer política al afirmar que: «Podemos aplica las técnicas de propaganda de los genios de la maldad fascistas y comunistas». Así le va. Una mentira repetida muchas veces? Solo que cabría explicar las numerosas ocasiones en los que el PP ha abusado de tal condición en sus políticas. ¿Ya no nos acordamos de las ocasiones en las que nos hemos manifestado en contra de su neoliberal política? y ¿en contra de su ferocidad institucional?

Por otra parte, Podemos es lo mejor que le ha pasado al PP pues desde su inicua política, la de éste, ya no hay más que cortar y recortar, y conociéndose a sí mismo, es capaz de lanzar una campaña mediática en la que se siente poderoso, reforzado, como si fuese capaz, todavía, de reconducir a través de la mentira y la impunidad -como si los españoles fuésemos imbéciles o desmemoriados- su ya más que probable derrota electoral, su, ya más que herido poder de convicción. El PP vive el ensueño de quien, maniobrando descaradamente, se considera capaz de aleccionar nuevamente a sus electores, incluso a los que han votado a Podemos, integrándolos en su desvarío, prometiéndoles cosas que jamás ha hecho ni piensa hacer. Ya han demostrado sobradamente que le importa un huevo la Sanidad, la Ley de Dependencia, la Educación y el Trabajo, y otras muchas cuestiones, y que quiere seguir por el derrotero de esa inmolación premeditada que no es otro que el de la ocurrencia política, el debate intencionado y la mediocridad encubierta que nada tiene que ver con la necesaria política a ejercer. El critica que algo queda, pues mientras criticamos al adversario no se nota lo nuestro. Así la crueldad, ese desprecio al bien común, hacia el bienestar de los ciudadanos, ejercido por el PP, solo responde a la perversidad de unos ideales económicos que solo se atienen -visto lo visto- al lucro personal de unos cuantos en nombre del esfuerzo de todos.

Mucho, muy mucho, ha tenido que joder al PP, entre otros, la incursión de unos políticos sin casta, y de pelo amarrado, y ahora hay que desmerecerlos como sea, aun a costa de una campaña -el PP en pleno se ha tomado tiempo en hacerlo- que intenta borrarlos de un mapa para el que no costaban. Así expresiones como las de la citada Aguirre y otras no hacen más que reforzar el papel político imprescindible que le ha tocado vivir a Pablo Iglesias, que, a poco que sea cuerdo, y sepa reconducir su estrategia sin dejarse manipular, ya está llamado a realizar un autentico, quizás dramático, cambio en las políticas españolas y europeas. Este no va a desaparecer por mucho conjuro y aquelarre que se ejerza sobre él mismo y sobre su no demostrado populismo.

No, ya no cuela aquella perversión neoliberal en la que el PP sigue instalado: ¿y si se hunde España?, ¿que se hunda?, ¡ya la salvaremos nosotros!, decía Cristóbal Montoro en los pasillos del Congreso a poco de ser nombrado ministro de Hacienda. Ahora, parece ser, lo que toca es criticar y seguir haciendo la misma política austericida que nos ha conducido a la debacle que vivimos ante los ojos, incluso, de un PSOE atónito que intenta renovarse -¿lo consigue?- y que tendrá que pactar. Mientras tanto, por enésima vez, el PP intenta demostrarnos que España va mejor cuando la realidad, recalcitrante, es, digamos, distinta.