Cuentan en Villajoyosa que cuando el exministro y expresidente de las Islas Baleares, Jaume Matas, aseguró que el dinero que había necesitado para la compra de un palacete en pleno centro histórico de Palma de Mallorca provenía de una herencia familiar de su mujer, Maite Areal, se escuchó una gran carcajada en el pueblo que todavía se recuerda. Al parecer, era de sobra conocido en La Vila que Maite era la hija de Fernando el de la Comandancia, el que fuera capitán marítimo del puerto vilero, por lo que difícilmente pudo reunir aquella familia modesta el capital necesario para comprar una casa y reformarla con los muebles y accesorios más caros, algunos de dudoso gusto, que se pueden encontrar en el mercado.

El anuncio hace unos días de la denegación por parte del Gobierno del indulto pedido por Jaume Matas para evitar su ingreso en prisión y cumplir por tanto los nueve meses de cárcel a que fue condenado en casación por el Tribunal Supremo, rebajando con ello sustancialmente la pena de seis años de cárcel de la Audiencia de Palma por un delito de tráfico de influencias, no sólo supone un espaldarazo a la idea de justicia que debe prevalecer en cualquier democracia que se precie de serlo, sino que al mismo tiempo apuntala la confianza de la sociedad en las instituciones básicas del Estado y, en concreto, en una justicia que castigue con toda la dureza posible la pérdida de confianza de los ciudadanos en España por culpa de la corrupción. Como sabemos, es habitual que las penas inferiores a dos años de cárcel no suelan cumplirse, cuando se cumplen varios requisitos, como medida de prevención de la delincuencia establecida por la Constitución española. En este caso la Audiencia Provincial de Palma afirmó la necesidad del cumplimiento de la pena por la gravedad del delito de cara a la sociedad, porque Matas tiene otras causas pendientes y porque no ha mostrado arrepentimiento.

Sorprende, una vez más, el silencio del Partido Popular ante la inminente entrada en prisión del que fue en otro tiempo el político conservador de moda. Partido que pasó de alagar, según pudimos escuchar a Mariano Rajoy, el proceder de Jaume Matas y defenderle cuando saltaron a la luz pública las primeras noticias sobre su tren de vida desproporcionado, a un espeso silencio como si Matas no hubiese existido. Cuesta imaginar que nadie de su partido ni de su círculo de amistades se diese cuenta del rápido enriquecimiento que el matrimonio Matas-Areal experimentó en apenas cuatro años. Fue su actitud de compradores compulsivos en metálico con billetes de 500 euros lo que desató la alerta de unos comerciantes que informaron a la Fiscalía. Su pretensión de acceder, gracias al dinero obtenido mediante el tráfico de influencias, a una alta sociedad cerrada que tan bien retrató Lorenzo Villalonga en su novela Bearn o la sala de muñecas y últimamente José Carlos Llop en su libro En la ciudad sumergida (RBA Libros, 2010), donde los autores hacen un retrato de una Palma de Mallorca ya desaparecida, quedó en nada.

Podría convertirse Matas en protagonista de una novela de Dostoievski, en una de esas historias donde el autor ruso hacía una descripción psicológica de la evolución de sus personajes. Daría para una buena trama describir cómo perteneciendo a una familia de republicanos activos en la lucha contra el franquismo y por la democracia en España, Matas olvidó sus raíces socialistas y se convirtió en la peor versión del clasismo tradicionalista español, más pendiente del lujo en el vestir y en vivir en un barrio de renombre que de ocuparse como dirigente del bienestar de los ciudadanos.

Una vez más, como ya hemos dicho en más de una ocasión en estas mismas páginas, vuelve a ponerse de manifiesto la responsabilidad de una parte de la sociedad en el surgimiento y encumbramiento de personas como Jaume Matas y su mujer. Recuerdo en Villajoyosa a aquella directiva de una multinacional vilera defendiendo con una vehemencia cercana a la grosería a personajes como Matas y a la economía valenciana, cuya consecuencia es una deuda de 35.000 millones de euros, o aquellas dos hermanas, unas entrañables ancianas, que me contaron que en su juventud, hablaban en castellano en sus ensoñaciones de pertenecer a un status social superior al suyo. En este caso, por lo menos, se inventaban una vida pero no con el dinero de los demás.

Cuando visitaban Villajoyosa, en compañía del exalcalde del PP y falso médico José Llorca, nadie de su círculo de amistades vileras, al parecer, se percató de su tren de vida en Palma ni en Madrid, ya que siempre eran recibidos con grandes atenciones. Tampoco Mariano Rajoy al compartir vacaciones en Mallorca con el matrimonio investigado debió darse cuenta de nada. Como remate no hay que olvidar que Maite Areal, compulsiva compradora de productos de lujo, fue nombrada por la Comunidad de Madrid para ejercer el cargo de asesora de Educación. Ahí queda eso.