Lejos han quedado los tiempos en los que debatir, argumentar, exponer los diferentes puntos de vista a la persona o personas con las que se había abierto una discusión sobre cualquier tema eran las reglas de juego que presidían el escenario de un intercambio de opiniones. Y, además, no hacía falta alzar o levantar la voz por encima de lo imprescindible para que los demás te escucharan, porque como el resto también utilizaba un tono de voz normal en una conversación no era preciso elevarlo, porque lo que se dice escuchar, te escuchaban perfectamente. Además, no solo eso, sino que además te atendían, lo que es diferente a escuchar. Porque oír, lo que se dice oír, es fácil salvo que uno/a esté sordo. Pero otra cosa distinta es atender lo que estás diciendo para, sobre esa base, construir la otra persona su argumentación.

Pero en la actualidad nos estamos acostumbrando a todo lo contrario, ya que los debates de todo tipo y en cualquier escenario, sea TV o en cualquier reunión pública o privada parece que nos hubiéramos vuelto sordos de repente y tuviéramos problemas de oído, -¡qué trabajo tienen ahora los otorrinos!- ya que se ha erigido la costumbre no de hablar, sino de gritar, para intentar doblegar las posiciones de los demás y tratar de hacer prevalecer las propias. Con ello, el debate ya no gira sobre la idea de fijar tus posiciones para intentar hacerlas valer frente a las de otras personas, sino que gira sobre la idea de gritar más alto que los demás tratando de imponer tus posiciones por la «fuerza del grito». De esta manera, parece que en los debates no vence o mantiene su posición quien presenta sobre la mesa los argumentos más sólidos o de peso, sino quien eleva más la voz, quien se impone por la teoría de gritar más, y por encima de todo, de impedir que los demás expongan sus opiniones. Esto último sobre todo. Porque aquí radica la segunda parte de esta forma de enfocar este tema, ya que no solo se eleva la voz, sino que al mismo tiempo se pretende no perder el turno de palabra para evitar que los demás expongan sus opiniones. No obstante lo cual, como al final y al principio es esta una técnica ya extendida, todos o casi todos los que se enfrascan en el debate utilizan las mismas armas o instrumentos de «comunicación», con lo que al final el moderador del debate se las ve y se las desea para que al final se entienda algo de lo que dicen, porque llega un momento que todo el mundo habla o expone sus posiciones a la vez, con lo que nada se entiende.

Todo esto me recuerda ahora esas clases de argumentación que hemos podido ver en alguna película americana donde en las universidades tienen asignaturas de argumentación, donde se enseña y practica cómo debatir en público. Recuerdo que hace ya unos diez años, más o menos, porque el tiempo pasa como un rayo, mi buen amigo Francisco Sánchez, columnista en este diario los domingos, y trabajador incansable al frente de la Universidad Cardenal Herrera, me ofreció dar, entre otras, la asignatura Derecho de la Información en la carrera de periodismo que se da en el antiguo CEU de Elche y ahora Cardenal Herrera. Y pensé que, además de los conocimientos de la asignatura, sería muy constructivo para los alumnos practicar la técnica de la argumentación en clase, ya que, al fin y al cabo, ellos iban a ser periodistas y debían entrenarse en la técnica del debate sobre distintos temas. Y así fue como constituí varios grupos en la clase y lo que hice fue plantearles con frecuencia temas de discusión en los que un grupo iba a defender una postura y otro la contraria, con la particularidad de que yo les advertía a cada uno lo que tenían que defender, y esto les introducía mayor dificultad, ya que posiblemente opinaran lo contrario. Pero se trataba de que practicaran esta técnica tan maravillosa como es la de tratar de vencer las posiciones ideológicas del otro grupo con argumentos tan sólidos que al final pudieran darse cuenta todos quién tenía razón. O, al menos, quién había expuesto de forma más creativa, clara, consistente y eficaz las posiciones de su defensa del tema en cuestión. Y a decir verdad sé que disfrutaron y lo hicieron a la perfección, porque por un lado lo preparaban a conciencia estudiando cada caso con detalle y, por otro, exponiendo sus posiciones con educación, sin levantar la voz, sin quitarse la palabra unos a otros, y, también, respetando al moderador, que no es poco.

Pues todo esto es lo que se va perdiendo, y lo que se debería recordar y enseñar también en todos los lugares de donde salen nuestros jóvenes, porque es la generación inminente y la que llevará nuestra sociedad adelante. Porque todavía es posible arreglar todo este desaguisado en que se va convirtiendo nuestra sociedad. Porque todavía es posible recuperar la educación, los valores que han sido la fuente del progreso, y porque todavía es posible convencer a muchos de que no tiene razón quien más grita, o quien no te deja hablar, sino quien se ha estudiado mejor el objeto del debate, y quien respeta tu turno de palabra y tus tiempos de exposición para luego plantear su punto de vista. Porque a lo mejor ambos confluyen en algún o algunos puntos, y porque, posiblemente, la suma de todos los puntos de vista sea la solución del debate. El problema ahora es que este objetivo no se puede conseguir, porque ni se escucha a los demás, ni se respetan las opiniones.

Pero, como dice el slogan, nada es imposible, y al final conseguiremos invertir esta dinámica. Eso espero.