En el fondo, la Historia no nos enseña nada. Ni a los vencedores ni a los vencidos. A los primeros, porque se encargan a menudo de reescribirla a su antojo, convirtiendo en héroes a quienes tuvieron la mala suerte de dejarse matar, o en mártires a quienes sencillamente masacraron. A los segundos, la Historia parece enseñarles aún menos, pues aun sabiendo que quienes se encargaron de humillarles falsean los hechos, años, y aun siglos después, se empecinan en intentar revivirla para tratar de cambiarla, ideando el final que hubieran deseado ver escrito en los libros. Nada hemos aprendido, por tanto, en millones de años desde que, paradojas de la vida, a nuestra especie se la bautizó con el pretencioso y arrogante nombre de sapiens. El próximo 29 de julio se cumplirán 73 años desde que un oficial de segunda y aires de guaperas comenzó a poner en marcha una orden de su superior, la conocida como la Endlösung der Judenfrage, que traducido del alemán significa la solución final de la cuestión judía. La orden nació de un tal Göring, la emprendió otro tal Heydrich y la perfeccionó hasta la metódica perfección de la náusea Adolf Eichman, nombres todos ellos que aparecen en millones de libros de Historia aparejados a los crímenes contra la humanidad más brutales perpetrados por el homo sapiens. El Gobierno de Israel, bien protegido por aquellos que liberaron a Europa de aquellos bárbaros, lleva años aplicando su particular Endlösung con el pueblo palestino, como si lanzando medio millar de bombas diarias sobre Gaza, apalizando adolescentes o asesinando a terroristas de Hamás fuera a purgar el daño terrible que se ha causado al pueblo judío durante siglos. Como si la Historia hubiera pasado una vez más de largo delante de nuestras narices. A diferencia de aquella época, no hay potencia occidental dispuesta a iniciar el particular desembarco de Normandía que permita liberar a los palestinos.
