En los primeros seis meses del año, Diversitat, como entidad referente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales en las comarcas de Alicante, desarrolló para esta provincia el programa Preventrans. El proyecto, financiado por el Ministerio de Sanidad con los maltrechos (y año a año cada vez más irrisorios) fondos que dedica el Gobierno central al Plan Nacional del Sida, tiene como objetivo la prevención del VIH en un colectivo especialmente vulnerable como es el de las mujeres transexuales trabajadoras del sexo (MTTS) a través de talleres educativos sobre sexo seguro y del reparto de material profiláctico.

Así descubrimos que las mujeres trans que se prostituyen y ofrecen sus servicios a la intemperie son españolas, latinoamericanas o de Europa del Este, que viven en el más brutal de los desamparos, alejadas de los recursos normalizados y escasos que ofrecen las administraciones públicas, excluidas del mercado de trabajo y además, a merced de la violencia y los abusos que sobre ellas practican sus clientes aprovechándose de su vulnerable posición. Un colectivo, en definitiva, que vive la discriminación machista elevada a la máxima potencia: por el ejercicio de su condición de mujeres, por su pertenencia a un bajo status económico-social, en muchísimos casos por la situación irregular en la que se encuentran en España y por ser transexuales.

A medida que las atendía e iba conociendo sus diferentes historias personales, mientras que desgranaban su lucha por la reafirmación de su identidad en el entorno familiar, vecinal, escolar o laboral, venía a mi cabeza que de ellas es la memoria que reivindica el colectivo LGTBI. Las revueltas de Stonewall prenden su mecha con el constante acoso policial que sufrían transexuales, travestis y transformistas, obligadas a mostrar sus genitales a la policía que absurdamente se preocupaba de garantizar el que «ningún hombre vistiera de mujer», arrestándolas y sometiéndolas a vejaciones, humillaciones e incluso violaciones. Pero aquel 28 de junio neoyorkino decidieron que ya habían tenido suficiente y se revelaron contra la opresión, liberándose del miedo y así iniciando el movimiento de lucha por los derechos de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales, sólo comparable a las grandes conquistas pro derechos interraciales o de la mujer.

Sin embargo el colectivo Trans, que capitaneó a los y las LGBI no ha visto sus derechos reconocidos en la misma proporción que el resto. Aunque en estos cuarenta y cinco años de movilizaciones se han conseguido en España numerosos avances, con el exponente de la aprobación de la reforma del Código Civil que extendió la posibilidad de contraer matrimonio también a las parejas formadas por personas del mismo sexo como gran hito de la última década, eso ha contribuido a propagar socialmente la errónea sensación de haber colmado nuestras aspiraciones reivindicativas y es siempre la mujer (lesbiana, bisexual o trans) la que padece las consecuencias de esta falsa creencia y ve cómo se elimina su acceso a la maternidad, con medidas de dudoso encaje constitucional que impiden el acceso a los tratamientos de fertilidad a las no heterosexuales o se sigue postergando el derecho a servirse de la totalidad de las intervenciones necesarias para la reasignación de sexo a través del Sistema Nacional de Salud, en cualquier Comunidad Autónoma y de forma gratuita. Es en esto último en lo que incide en Andalucía la nueva Ley integral para la no discriminación por motivos de identidad de género y reconocimiento de los derechos de las personas transexuales. Una legislación que posiciona la región andaluza, el sur de Europa y soportadora histórica de prejuicios y clichés, como referente en la equiparación de derechos de todas las personas, que despatologiza la transexualidad e instaura el derecho a la libre autodeterminación de género como un derecho fundamental. Un paso de gigante hecho norma que deberemos leer con atención en el País Valenciano, con la ilusión y el empeño de impulsar una similar.

Por esto, el Día Internacional por los Derechos LGTBI, popularmente conocido como el «orgullo» continúa plenamente vigente y no sólo para conmemorar aquella revuelta de Stonewall o felicitarnos de victorias como la andaluza, sino para seguir exigiendo el pleno desarrollo del principio de igualdad y no discriminación por motivo de orientación sexual o identidad de género y recordar que las razones que nos llevan a movilizarnos (discriminación, violencia, tortura, acoso, etcétera) siguen estando muy de actualidad en el Estado español y en el mundo. Porque el orgullo LGTBI es en su esencia de una clara vocación feminista, interclasista e internacionalista y por ello asumimos que salimos a las calles por nosotros y nosotras, pero también por los y las que no pueden aquí (la España rural, la de los cinturones urbanos, la del deporte de élite o la del miedo en los centros escolares o de trabajo) y por los que son perseguidos y perseguidas en 77 países del mundo donde se condena legalmente ser lesbiana, gay, transexual, bisexual o intersexual. Por todos y todas, por un mundo sin armarios.