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Javier Mondéjar.

Las reglas son una lata

Harto de que la bola no me entrara el otro día exigí bajar la red de tenis varios centímetros, lo que me fue negado por el rival. Le argumenté que su actitud era propia de reductos inmovilistas del pasado, a la par que un empecinarse en normas obsoletas más que centenarias, pero no hubo manera, me dijo que o dejaba la red quieta o me fuera a duchar, y dijo algo de que el sol y los calores del verano afectaban a las cabecitas más de lo deseable.

No entiendo que tiene de malo modificar las reglas del juego en lo que pueda beneficiarnos y si es a mitad del partido, pues se siente, es cuando toca. Mi ideología es profundamente marxista (de don Groucho) y al fin y al cabo su norma básica es: «Tengo unos principios sólidos, pero si no le gustan tengo otros». Se me ha copiado la muchachada del pepé, que -corriendito y olé- quiere que en las próximas elecciones municipales sea la lista más votada la que acceda a la Alcaldía.

Pues me parece muy bien, oiga: ¿qué es eso de dejar que gobiernen en coalición partidos contra natura? ¿Si las encuestas nos son desfavorables vamos a permitir que eso detenga nuestro camino triunfal? Hay que evitar a toda costa que Madrid, Valencia, Alicante y otras muchas capitales pasen a ser gobernadas por tripartitos y que los partidos como Podemos tengan llaves de gobierno municipal y poder que acaben con el monolitismo de los grandes. ¡Que además estos grupúsculos son antisistema y no creen en las leyes...!, pues nada, las cambiamos y que les den.

Es curioso cómo los apretones electorales provocan desbandadas y «madres-mías». Porque no son ni uno ni dos los que han pontificado desde los tiempos de los primeros ayuntamientos democráticos que el sistema municipal de elección de alcaldes hacía aguas. Sin querer ponerme una medalla, más de una vez en los últimos 25 años, que ya son años, he escrito del asunto, añorando el sistema francés en que el regidor más votado ocupa el sillón del trono. Eso sí con una elección a dos vueltas y con notable mano izquierda para pactar acuerdos si no tienes la mayoría, que ser alcalde no te da patente de corso para cambiar las normas urbanísticas y enriquecerte con ello. Bueno, en España sí.

No es malo cambiar las reglas cuando las reglas son imperfectas, lo que es una cacicada del nueve es cambiar de caballo a media carrera cuando pintan bastos. Admito que más de un Ayuntamiento va a ser ingobernable en la próxima legislatura, más que nada porque hay partidos de estos que están surgiendo y otros que nacerán, que tienen una ideología del «Todo a Cien», mezcla de iluminismo con sentido común, pero desustanciados, alejados de la realidad y utópicos como ellos solos. Encima son una amalgama de ciudadanos cabreados con universitarios en su torre de marfil, grupitos con intereses variados, asociaciones raras y filatélicos y numismáticos, como don Pantuflo Zapatilla, padre de los Zipi y Zape. Y gentes de bien deseosas de cambiar el mundo, que también hay, pero claro entre tanta mezcla vete a encontrar el cemento que la aglutine.

Imagino un debate en torno al modelo de ciudad con cuatro partidos de éstos sentados a la mesa de gobierno y me dan las siete cosas, pero si ya se va más a lo concreto las discusiones pueden ser bizantinas. Orden del día de la junta de gobierno que apruebe los presupuestos y hay que elegir entre renovar las aceras, hacer un parque público, subvencionar las Hogueras, investigar sobre combustibles no contaminantes o pagar las horas extras de la policía, por ejemplo. Ponerse de acuerdo resultaría curioso.

Es verdad que el sistema absorbe mucho y centrifuga que da gusto, de forma y manera que un revolucionario radical al que le cuelgan un cordón de concejal al cuello puede pasar en seis meses de ser un comecuras a salir en la procesión vestido de traje negro. Yo los he visto. Por lealtad institucional -argumentaban- por solidaridad con el cargo, por respeto a la ciudadanía. En fin, desde fuera se grita y cuando estás dentro se asiente -obediente, silente y aquiescente- a las normas consuetudinarias.

Lo que no es de recibo es que quien rechaza los partidos bisagras ahora fueran los mismo que dieron de comer en Alicante al SCAL de Diego Zapata (¿alguien se acuerda?) o llevaron en volandas a Eduardo Zaplana hasta las más altas cimas gracias al interés más desinteresado de Maruja Sánchez y cienes y miles de casos, en unos de espabilados, en otros de verdaderos conversos.

Les pasa como a mí: les gusta ganar por encima de todo y si hay que bajar la red, se baja. Faltaría más.

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