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Javier Llopis

Conversiones milagrosas

A buenas horas mangas verdes. El Séptimo de Caballería Empresarial llega heroico al rescate de la Comunitat Valenciana, cuando los sioux ya han arrasado el fuerte y les han arrancado la cabellera a todos sus defensores. Demostrando un extrañísimo concepto del don de la oportunidad, las organizaciones patronales de este desdichado territorio autonómico deciden ponerse reivindicativas a toro pasado, cuando el mal ya está hecho y cuando la Administración Pública valenciana es un paisaje apocalíptico de cascotes humeantes.

En apariencia, esta ostentosa toma de posición debería ser un motivo de satisfacción para todos. Las doce principales asociaciones empresariales de la Comunitat se reúnen en Valencia y se descaran con un durísimo comunicado conjunto, en el que exigen a la Administración central que se acabe con la discriminación económica de esta autonomía y que se ejecute un plan urgente de inversiones en infraestructuras. La totalidad de los habitantes de las tres provincias, sea cual sea su color político, suscribirían punto por punto estas peticiones y asumirían sin pegas una lista de exigencias en la que se recogen algunas de las reivindicaciones históricas de este país eternamente agraviado.

A pesar de que el empresariado valenciano ha decidido emplear toda su artillería verbal (vasos de paciencia que rebosan, tratados como peleles, dejaremos de ser chicos buenos, etcétera), su milagrosa recuperación del espíritu crítico ha sido acogida con algo que se parece mucho a la incredulidad general. Aquí, nos conocemos todos y la opinión pública valenciana tiene ya muy vistos a los hombres y a las organizaciones que ahora claman contra la injusticia institucional. Resulta muy difícil creerse la espectacular conversión de una cúpula empresarial, que ha jugado un papel muy importante en el proceso que ha conducido a la ruina económica y moral a este territorio autonómico. Las entidades y los dirigentes que hoy enarbolan la bandera de la indignación han jaleado o han sido cómplices entusiastas de las políticas que nos han llevado al desastre. Sin ellos, no habrían sido posibles los despilfarros de los grandes eventos ruinosos, el desmantelamiento de las cajas de ahorros, el enquistamiento de la corrupción política, el deterioro de los servicios públicos y el atasco sistemático de las infraestructuras más básicas y necesarias. Por acción o por omisión, los grandes líderes patronales de la Comunitat Valenciana tienen su correspondiente cuota de responsabilidad en este viaje a los abismos y el que tenga alguna duda al respecto, sólo tiene que repasar las viejas colecciones de fotografías en las que aparecen sonrientes y obsequiosos junto a algunos de los personajes más tóxicos de la reciente historia política valenciana.

No es una casualidad que la primera iniciativa empresarial tras esta epifanía haya sido la de hacerse una fotografía junto al presidente Fabra, convertido desde hace unas semanas en el gran defensor de la causa valenciana frente a Madrid. Lo que inicialmente parecía un ejercicio de rebeldía y de independencia, acaba en lo de siempre: seguidismo absoluto de las organizaciones patronales respecto al poder político. Los líderes empresariales aceptan el papel de figurantes en la nueva doctrina reivindicativa del Consell, con la que el PP intenta salvarse a la desesperada de una inminente derrota electoral en las autonómicas. Mientras tanto, los ciudadanos contemplan decepcionados cómo una vez más los grandes temas de la Comunitat Valenciana se convierten en pura mercancía política.

El estado de postración en el que se encuentra esta autonomía ha provocado un enriquecedor debate, en el que se insiste en la necesidad de una drástica regeneración de su clase política. A la vista de las decepcionantes actuaciones de la cúpula empresarial, queda claro que este proceso se quedaría incompleto si no se viera acompañado por un radical cambio de métodos y de actitudes por parte de los denominados agentes sociales, entre los que los empresarios ocupan un lugar protagonista y fundamental.

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