Anda Pablo Iglesias, el carismático líder de Podemos, muy enojado con estos «mayordomos de los ricos» que «nos están gobernando», al extremo de que anuncia que va a llevar a los tribunales a Esperanza Aguirre, entre otros, porque «define como críticas la imputación de delitos» ya que «decir que alguien forma parte del entorno del terrorismo no es una crítica, es una infamia». El amigo Pablo tiene toda la razón y sabe perfectamente que las infamias, injurias y calumnias son figuras delictivas contempladas en el Código Penal. Pero la expresidenta madrileña, que le sitúa como «amigo de Hugo Chaves, Fidel Castro y ETA», apoyándose en declaraciones de Iglesias, algunas incluidas en videos que circulan por las redes sociales, le reta a que lo haga, pues también sabe que demostrar dichos delitos no es tarea fácil, sobre todo si hay documentos que indiquen cierta veracidad en sus palabras probando su admiración, comprensión, justificación o colaboración con dichos regímenes o proyectos políticos populistas o totalitarios. Menos aún si quien se queja de que se defina como crítica la imputación de delitos, es experto en utilizar imputaciones de delitos, insultos y descalificaciones como método de crítica política. Y Pablo Iglesias, desde su protagonismo callejero en los movimientos antisistema, no sólo es un experto en ello sino un cínico maestro, aunque, desde su ingreso en la «casta», que él mismo popularizó, cada vez sea más víctima de sus propias contradicciones, olvidando que uno es dueño de sus silencios y reo de sus palabras.

¿Acaso no ha culpado a Aguirre, entre otros políticos del «régimen» populares o socialistas, de casos de corrupción que están en fase de investigación sin sentencia judicial y en la que ella ni siquiera está imputada? Pero, Pablo lo explica desde su autoproclamada verdad absoluta: «Si digo que la Señora Esperanza Aguirre estuvo vinculada a las empresas de la Gürtel, lo que estoy haciendo es contando lo que sucedió, si digo que utilizó su puesto para favorecer a empresas de sus amigos, estoy contando lo que sucedió». Pero si alguien dice o saca a relucir sus conductas pasadas, que ahora, desde la «casta», prefiere mantener ocultas (hasta afines del régimen de Maduro se han quejado por ello), según él, no está haciendo crítica política, sino que le está injuriando o difamando, por más documentos orales, escritos o audiovisuales que lo avalen. Su cinismo político y su arrogancia ya quedaron patentes tras las europeas, cuando con sólo un millón doscientos mil votos, dijo: «Hemos derrotado a los cínicos, a los arrogantes y a quienes asumían la resignación ante lo que ocurría en nuestro país». Como si hubiera ganado las elecciones y se dispusiera a gobernarnos. Y ahora se declara víctima de la «persecución de la casta» a la que ya pertenece, cuando, sólo porque Felipe González manifiesta que «una alternativa bolivariana sería una catástrofe sin paliativos», arremete contra el expresidente tachándole de haber «quedado reducido a una caricatura tan patética de sí mismo». Es su razonado argumento para rebatir el manifiesto rechazo político por parte de González del sistema bolivariano chavista.

Y en este ambiente de despropósitos antidemocráticos es patético que quien pide a la Eurocámara que acabe con «el secuestro de la democracia» en Europa manifieste que «los medios de comunicación tienen que tener control público» bajo el cínico argumento de «garantizar la libertad de prensa» ya que «no puede ser que algo tan importante, y de interés público, imprescindible para la democracia, como son los medios de comunicación, esté sólo en manos de multimillonarios», mientras su camarada Monedero, desde un medio televisivo en manos de millonarios (donde sustituye como tertuliano a Iglesias tras su promoción y ascenso a la «casta» desde los medios propiedad de millonarios) intenta justificar lo injustificable, suavizando las palabras de Iglesias sobre el control público de los medios de comunicación. Es para que se diga la verdad y no se mienta ni se injurie, ni se difame. Alguno de los contertulios del programa, caso insólito, le recuerdan que para eso están los tribunales, al considerar excesiva la costumbre de pasar siempre la mano por el lomo incluso ahora en que se pone en cuestión la libertad de prensa. Ya hace días Oswaldo Payá, hermano del fallecido opositor cubano Carlos, recordaba a Iglesias que en Cuba, su tierra, «hay pobres y se reprime a la gente de izquierdas» y «no es posible asociarse, no es posible publicar nada que no esté acorde con el régimen, y mucho menos constituir un partido político». En fin, será para que los medios de comunicación no estén en manos de multimillonarios y para que sólo publiquen la verdad.

Sólo faltaba que el PP, con su mayoría absoluta, le tomara la palabra a Podemos en esto del control público de los medios de comunicación. ¿Qué diría Pablo? ¿Qué diría el resto de partidos de la oposición? Lo extraño es que nada digan sobre la propuesta de Iglesias. Bueno, no todos. Desde IU lo tienen más claro. Alberto Garzón, catapultado a las alturas para tratar con Iglesias, manifiesta que «Podemos no es el rival. Igual hay que cambiar las siglas de IU». Ya ven, asume de antemano que quien sobra es Izquierda Unidad. De seguir este ejemplo, al final sobrarán todos los partidos.