La regeneración democrática que propone Rajoy es imposible. Nace herida de muerte porque todos los partidos, ante reformas que pudieran compartir teóricamente, actúan con las vistas puestas en el corto plazo, en las elecciones inmediatas, sin atender a las bondades o maldades del proyecto. Y esto no es patrimonio de ninguno, lo que hace que los análisis que se efectúan estén influidos por los resultados que las encuestas anuncian y que sean estas previsiones las que determinan las posiciones que se adoptan.

A nadie se le escapa o cabe pensar razonablemente que es así, que Rajoy ha propuesto que los alcaldes correspondan a la lista más votada porque presume que el PP va a perder mayorías absolutas con las que hoy cuenta. Y que el resto de partidos se opone porque considera que este proyecto frustraría su acceso al poder al impedir que las coaliciones postelectorales llegaran a formar gobiernos municipales. Este análisis es tan cierto, que imposibilita que la reforma pueda prosperar con un consenso amplio y que el PP no pueda o no deba tramitarla con su solo voto, ya que las leyes electorales requieren acuerdos mayoritarios.

Al PSOE, en estas circunstancias, le es indiferente haber propuesto la medida en su programa de 2004; ahora la rechaza aunque formara parte de su propio ideario y el PP, que antes no lo hizo, creo, la avanza ante una realidad que pudiera invertir su posición dominante.

Nuestros partidos, legítimamente, pero siempre atendiendo exclusivamente o prioritariamente a sus intereses más inmediatos no han sido capaces en cuarenta años de modificar las normas electorales, siendo así que éstas respondieron a una situación bien determinada, propia de la transición, pero que comporta consecuencias no atendibles en el momento actual.

Las coaliciones postelectorales, muchas de ellas contra natura especialmente en el ámbito municipal, no ponen el acento en los ciudadanos cuando las mismas se prevén con anterioridad, se contemplan como una expectativa cierta si se verifica su posibilidad. Vulneran el derecho de los ciudadanos cuanto menos a conocer el programa electoral y la política que se seguirá en su municipio. Cada partido se presenta con su propio programa, tan distinto de los otros como diferente es su ideología o posicionamiento ante los problemas locales, de modo que los votantes optan por un partido y una propuesta concreta cuando ésta puede ser pura especulación. De este modo, una vez producida la coalición el resultado será una confusión de programas, de políticas concretas que poco o nada tienen que ver con las promesas de cada partido y, de esta manera, con lo que los ciudadanos votaron al hacerlo por unas siglas determinadas.

Por ello, si la posibilidad de una coalición es tan cierta, como previsible, la misma debería constituirse con antelación a las elecciones presentando un programa común, cerrado y ofrecido a los votantes que, en este caso, optarían con conocimiento de lo que deciden. O, al menos, aunque no se creen dichas coaliciones preelectorales, si el pacto se considera como una eventualidad posible, que previamente se determinen y expongan los puntos que van a conformar el programa de actuación futura. Cualquier condición que impida que lo ofrecido sea pura retórica y que el voto de los ciudadanos quede reducido a la opción por una sigla a la que se entrega una libertad tan absoluta, como ciega.

Hay que perder el miedo a la verdad y asumir las consecuencias de los hechos. Y hay que defender lo que se quiere con claridad y con la verdad por delante. Y olvidar o convencer de las bondades de una propuesta, no ocultarla. Una coalición no es buena o mala de por sí; todo depende de su programa, de sus propuestas y de la eficacia de lo que se oferta. Hay que perder el miedo a que tachen de frente populismo a una coalición si la misma ofrece soluciones razonables, porque el Frente Popular de 1936 no fue ni de lejos, aunque la manipulación histórica haya modificado la realidad, una coalición extremista y revolucionaria; su programa era muy moderado, serio y eficaz ante los problemas de aquella España.

Una coalición poselectoral de partidos de izquierda puede causar temor o no según lo que se ofrezca y para eso tenemos derecho a conocer previamente qué es exactamente lo que se plantea como alternativa. Solo produce miedo lo desconocido. Y el miedo puede ser aprovechado y ha sido siempre un instrumento útil.

No es de recibo que a día de hoy, cuando un tripartito es un secreto a voces para el caso de ser posible, desconozcamos su proyecto común o, lo que puede suceder, que ni siquiera se hayan sentado a discutirlo. Legalmente, perfecto, pero democráticamente, rechazable.

La regeneración democrática es necesaria. La que propone Rajoy u otra similar, como la que apunta el PSOE, esto es, la elección de alcalde a doble vuelta. Y modificar el sistema electoral. Muchas cosas que ningún partido afronta aunque todos los días demanden más democracia a los demás. Pero, cuando llega la hora de la verdad lo que importan son las encuestas.