Nos quieren regenerar, hasta Rajoy plantea medidas para regenerar la democracia. También el PSOE. Y qué les voy a decir de IU o Podemos. A mí, lo de regenerar me recuerda al movimiento regeneracionista que impulsó un gran pensador político y también político activo, Joaquín Costa, que reaccionó contra los chanchullos de la restauración, europeísta convencido -que diríamos hoy-. Defendió el espíritu popular como raíz de la ordenación política y jurídica del país y de las regiones -las autonomías que diríamos también hoy-; vinculó las reformas políticas con la previa resolución del problema social como se decía entonces -o sea el paro de hoy- y por ello propugnó la reforma agraria. Costa y su ideología, krausista, impregnó a toda la Generación del 98 y a la Institución Libre de Enseñanza, algo en las antípodas del ministro de hoy, Wert. Ante la decadencia insufrible de España lanzó una especie de ponencia para una especie de congreso desde el Ateneo de Madrid, en 1901, con el título Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno de España. Hoy diríamos algo así como la Élite bancaria y la casta como la forma actual de gobierno de España. Al fin y al cabo no hemos cambiado tanto.

Releyendo a Costa, dice en el primer apartado «España no es una nación libre y soberana» dedicado a la forma de Gobierno «que no nos sienta bien», el caciquismo. Ni la República de 1868 nos hizo libres y soberanos por ineficaz y defraudar las esperanzas que hizo concebir. En el siguiente apartado «No hay Parlamento ni partidos; hay solo oligarquías: ventajas al considerarlo así», y citando a Azcárate define el caciquismo como «feudalismo de nuevo género€ y por virtud del cual se esconde bajo el ropaje de Gobierno representativo una oligarquía mezquina, hipócrita y bastarda€», y para terminar de arreglarlo señala la contradicción «entre la teoría y la práctica puesto que aquella proclama que el régimen parlamentario tiene por fin el gobierno del país por el país, y luego ésta pone de manifiesto que la suerte de un pueblo está pendiente de la voluntad del jefe de una parcialidad política o, cuanto más, de una oligarquía de notables». Al definir a «España de este modo por lo que es y no por las engañosas ficciones de La Gaceta -el Boletín Oficial del Estado que diríamos hoy, tan saturado de decretos leyes urgentes- ofrece una doble ventaja». Al llegar aquí he caído en la cuenta que los ideólogos de Podemos son estudiantes de historia del pensamiento político español en esa fábrica de contestatarios que es esa Facultad de Políticas en la Complutense. Qué digo estudiantes, profesores. Hay que descartar que este sea el afán regeneracionista de Rajoy, sin duda se refiere a otra cosa.

Cuando el PP plantea que los alcaldes sean del partido más votado lo hará para «dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo o mejorarlo», que es como define la Real Academia de la Lengua regeneración. Los alcaldes no creo que se den por aludidos, y mucho menos nuestra alcaldesa Castedo. Ni será de aplicación la otra definición de regeneración: «Hacer que alguien abandone una conducta o unos hábitos reprobables para llevar una vida moral y físicamente ordenada». No pretenderá Rajoy evitar con la reforma que el PP pierda una veintena de ayuntamientos de capitales, como se ha dicho maledicentemente. Quizá se trata de revitalizar y regenerar nuestra vida política, de recuperar la ilusión, revivir el entusiasmo, la fe en el líder, decisiones firmes, sentido del sacrificio.

Probablemente el modelo de la Transición sea un modelo exhausto y sea necesaria toda una regeneración que deberá protagonizar otra generación; pero yo que con la edad me he hecho reformista -¡a la vejez, viruelas!- empezaría por cosas más fáciles: los condenados por corrupción que entren en la cárcel -donde va el desgraciado que ha mangado cuatro perras- y allí que esperen todos los indultos que quieran y puedan. Es duro que los imputados no dimitan, pero es increíble que los condenados no entren. Y hay unos cuantos. ¿O los van a indultar el día antes de dejar el Gobierno? Ya vale de sacrificios y austeridad que además de inútiles llevan directamente a reducir el déficit privatizando lo que a Aznar no le dio tiempo: ferrocarriles, aeropuertos, sanidad, educación, y hasta la Lotería Nacional, que ya no va a ser ni nacional. A ver si aprovechan los nuevos vientos que soplan en Europa. ¡A regenerarse!