Ese era el lema de Joaquín Costa, padre del siempre frustrado regeneracionismo español auténtico. Cuando descubrimos que el 27,5 por ciento de nuestros menores vive hoy en día bajo el umbral de la pobreza, casi dos millones trescientos mil, y las vacaciones escolares generan que muchos niños españoles dejen de tomar la comida principal diaria que les ofrecen en los colegios públicos, me viene a la memoria la figura de Costa que nos vincula ahora a la escuela con la despensa para paliar eso que a todos nos debería avergonzar y que se llama miseria.

Denunció la corrupción política de la Restauración donde tanto criticaba a canovistas como a sagastistas, conservadores y liberales ellos que se alternaban en el gobierno. Y ahora que con tanta fuerza, hasta desde las esferas del poder, escuchamos de nuevo que se implora el término «regeneración», creo muy oportuno reproducir aunque sea unos párrafos de alguien que dijo hace más de cien años que al pueblo había que darle educación a la par que unir a su dignidad personal, la laboral, europeizando una España africanizada.

Leamos lo que dejó escrito a comienzos del siglo XX, retirado ya de la vida pública, entre la decepción y el hastío: «En el Gobierno hay impotencia; en las Cortes, ambición y falta de patriotismo; en las clases altas miedo y en las bajas mucha hambre; la república forcejea y la monarquía actúa de forma vergonzante; el comercio y la industria están postergados y sólo sube de un modo pasmoso el presupuesto general de gasto; aumentan los vicios del pueblo; se quedan desiertos los campos y se pueblan de pretendientes los ministerios. Cuánta miseria, cuánta ignorancia, cuánto egoísmo».

Mi profesor universitario Alberto Gil Novales, experto universal en el personaje y muy vinculado con Huesca, me introdujo en la figura de Joaquín Costa, nacido en Monzón el año 1846, al que rendí mi particular homenaje cuando vi el monumento que se le erigió al «León de Graus» en esta villa oscense donde fallecería en 1911. Digamos que se inauguró en 1929 porque a este hombre, seguidor de la Institución Libre de Enseñanza, progresista y republicano, quien ensalzó y reivindicó su figura fue el general dictador Miguel Primo de Rivera tal vez porque pensó ser aquel «cirujano de hierro» que el aragonés había planteado como último recurso para reconducir la vida política española.

Costa fue doctor en Derecho y en Filosofía y Letras, notario y abogado del Estado, llegó a ocupar un escaño de diputado en el Congreso por Unión Republicana, soñó con una eficaz reforma agraria unida a planes hidrológicos para la justa distribución del agua y nada menos que con crear un partido político formado por intelectuales expertos en las distintas materias.

Así se entiende que muriera pobre y olvidado y que los homenajes le llegaran a título póstumo y restringidos cuando el león hacía ya tiempo que no mordía porque carecía de dientes y garras, liquidados en su lucha estéril por regenerar la vida política, económica y social de España.

En Alicante, siguiendo la línea, la calle con su nombre se trocó en Reyes Católicos. Pues eso.