LA PEQUEÑA COMPAÑÍA

La elección del secretario general del PSOE está degenerando inevitablemente en una competición de ocurrencias en la que los candidatos rematan sus propuestas con el latiguillo «y dos huevos duros» dirigido a los votantes. No soy un experto en ciencias ocultas y por ello ignoro si Madina representa el cambio, Sánchez el continuismo y Pérez Tapias es el último guardián de las esencias, aunque por sus apoyos los conoceréis y la cohorte que rodea a Pedro Sánchez tiene las hechuras del uniforme militar de Cascorro mientras que a Madina lo reciben los conserjes de las sedes locales a falta de compañeros orgánicos que ejerzan de anfitriones. La consecuencia ya mencionada es que han comenzado a embarullarse con la reforma laboral, el copago sanitario, el referéndum catalán y hasta con la imputación de la Infanta, el típico tema de Estado del que el Estado no sabe cómo desembarazarse. Sea como fuere, si Gaspar Zarrías apoya a Pedro Sánchez la diversión está garantizada: habrá más votos que afiliados.

THE BOSS

La publicación dosificada de las conversaciones telefónicas entre políticos y empresarios de Alicante está resultando tonificante, patidifusa y ojiplática. Con independencia de su relevancia, estas confidencias poco honorables sugieren que la declaración de patrimonio de Enrique Ortiz es maravillosamente escueta: Alicante. No hay que restar méritos a que en la Europa unificada por el liberalismo, alguien haya comprado una ciudad de trescientos mil habitantes gracias a su tenacidad y la imprescindible colaboración de una reata de cómplices, cooperadores necesarios y encubridores. Tampoco que los políticos involucrados se encastillen con patetismo creciente, ni que los sumarios se desplacen de un tribunal a otro como si fueran el pelotón de la Vuelta a España, ni que la alcaldesa ya no presida plenos sino conatos de motín. La sensación de muchos vecinos debe de parecerse a la de ese aficionado del Inter de Milán hastiado de su equipo que finalmente acudió al estadio con una pancarta en la que podía leerse: «Ya no sé cómo insultaros».

ALICIA FRENTE AL ESPEJO

Hablando de alcaldesas, la de Elche también está sufriendo su via crucis a cuenta de una concejala de sanidad que hace unos días criticó la gestión de la Generalitat y ha sido premiada con su destitución. Poco importa si la denuncia de la concejala es verosímil y mucho menos si hay motivos de índole interna relacionados con una guerra de facciones dentro del PP. En política, las cosas son lo que parecen y no lo que son en realidad y el aspecto de este asunto es que una concejala ha dicho lo que la alcaldesa ha callado durante meses. Lo cual explicaría su rictus descompuesto en el salón de plenos mientras la concejala reiteraba sus quejas, era ovacionada y se convertía en otra Agustina de Aragón. Esa expresión era la de quien ha sido puesto en evidencia sin réplica posible y sabe que se halla en la situación más letal para cualquier político, la de ser percibido como alguien que opta por la promoción personal en detrimento de sus responsabilidades públicas.

NI CONTIGO NI SIN TI

Pablo Iglesias se ha estrenado en Estrasburgo con una actuación genuina: el presidente le ha retirado la palabra. No estaba diciendo gran cosa, fuera de los chascarillos habituales, pero se trata precisamente de eso. En «Podemos» la forma se impone al fondo, desde la utilización de las redes sociales a la repetición machacona de un par de ideas pasando por una estrategia muy americana para intimidar al discrepante utilizando alternativamente la arrogancia («mire, yo tengo más matrículas de honor que usted» le oí decir en una tertulia) y el insulto ostentoso («sois unos caraduras» alegó ante un economista que discutía sus cifras). Que un movimiento tan insustancial se haya convertido en protagonista al punto de provocar desplazamientos ideológicos del resto de partidos sólo se explica atendiendo a la enjundia de quienes se le enfrentan. Quién no siente deseos de votar a «Podemos» cada vez que Rosell critica a las amas de casa, Montoro explica su reforma del IRPF o Rosa Díez intenta justificar sus ahorros luxemburgueses.

EL LABORATORIO

Tras arduas reflexiones, el PP ha llegado a la conclusión de que la reforma más urgente es que la lista más votada gobierne en los ayuntamientos. Un alma maliciosa sospecharía que este hallazgo responde al justificado temor de que el PP con suerte conservará la mayoría absoluta en el pueblo de Rajoy y poco más, pero sus portavoces se han apresurado a desmentirlo con énfasis y no acostumbro a dudar de la palabra de mis compatriotas. Sí me intrigan algunas derivadas del tema. Por ejemplo, cómo se aprobarán los presupuestos. O la probabilidad de que la medida fomente coaliciones de izquierda que perjudicarán al PP. O la consecuencia aritmética de que la reforma dará el gobierno de las cuatro capitales catalanas a Esquerra y la mitad del País Vasco a Bildu. Cuanto más pienso en ello, tanto más me entusiasma la genialidad.