Canalla: «Perrería (Muchedumbre de perros)» (Diccionario de la RAE)

Enrique, pese a nuestras diferencias, permitirás que emplee el coloquial tuteo, no sólo porque nos conocemos desde hace muchos años sino porque, al fin y al cabo, te has acabado por convertir en una especie de Padrino de todos los alicantinos. Ello no significa que podamos hablar de amistad, aunque en tus ensoñaciones te guste pensar que viejos conocidos aún te aprecian por lo que vales. Siento desengañarte: a ti sólo se te aprecia por lo que pagas, que no es lo mismo. Al parecer, algún aliado escandinavo eleva tu estatura moral al llamarte «mafioso español» lo que tú, con tu proverbial simpatía y olfato para los negocios limpios, asumes con regocijo. No sé si eso nos permite a todos denominarte así, mafioso, pero yo, por si acaso, dejo aquí la referencia y no profundizo en asuntos que sólo los patronos del cemento y tus garantistas abogados entendéis.

Con todo, y por razones que luego expondré, debo decirte que me siento muy agradecido por haber leído en la transcripción de las escuchas policiales del «caso Brugal», que un simple ciudadano como yo merecía tu distinguida atención. En concreto ordenabas a un periodista (?) que investigara mis puntos débiles para desprestigiarme, y, en otra muestra de sutileza y respeto por la amistad de la que alardeas, concluyes pidiendo que me den «hostias». La verdad es que no he sentido mi prestigio menoscabado en los cuatro años que median desde esas intenciones tan edificantes -todo lo que tú haces es edificante- y, supongo, la piadosa pretensión eucarística es sólo figurada. Aunque la verdad es que si hubiera tenido conocimiento de estas opiniones cuando se publicó que se había encontrado una pistola en tu despacho lo mismo me había dado un poco de miedo. Ya sé que no es tuya, faltaría más, pero como las carga el diablo y tú no tienes licencia, lo mismo has de ir pensando en ampliar tu dilatada nómina de sirvientes y esbirros. En fin, ya veremos, cuando te juzguen también por lo de la pistolita. Personalmente, tal y como están las cosas, comprenderás que cariñosamente desee que te condenen. Por si acaso, solo por si acaso.

Quizá entiendas mejor ahora porqué en una reciente fiesta me negué, contra tu sacrosanta voluntad, a ser fotografiado contigo. Entre otras cosas porque tu compañía contamina y tus manos envenenan. Así lo has deseado: pudiste seguir otros caminos, pero sólo sabes ganar dinero. Enhorabuena, no es mal asunto. Lo que no has aprendido es que no todo está en venta, ni todos estamos en venta, ni siquiera en alquiler, como algunos alcaldes, alcaldesas o concejales. Por eso, esa noche te dije que no, que ya no, que ya no eras el constructor dudoso pero admisible en esta tierra de María Santísima, que ya has traspasado todos los límites que mi sentido de la decencia permiten, según esas escuchas del sumario y con absoluta independencia de la calificación judicial a la que den lugar. También te dije que me parecía increíble que invocaras una lejana amistad -que, no nos engañemos, nunca fue muy intensa: una vez fuimos a Andorra en una excursión colegial, pero reconocerás que nada tiene que ver con otro viaje al Principado, del que hay memorable testimonio gráfico: esos son tus amigos, no hay más-. Y eso que yo no conocía en ese momento las escuchas en que me amenazas. Y te lo dije porque, para frenar mis acciones críticas con tu deriva de señor todopoderoso de mi ciudad, me demandaste hace unos años, aunque luego retiraste esa demanda. ¿Querrás que te de las gracias por ello? Me pedías 150.000 euros, que, para que lo entiendas, es el equivalente a mi sueldo de casi cinco años, aunque debe ser lo que tú te gastas en gambas en un verano. La misma cantidad pediste a mi amiga Mireia Mollá, no retiraste la demanda y perdiste. La causa de la herida en tu honor fueron unas declaraciones en las que aludí a unas tuyas que denotaban el conocimiento del proyecto del PGOU en la zona del Rico Pérez antes de que fuera público: hoy, gracias a otras escuchas, sabemos que yo estaba en lo cierto. ¡Ay tu honor!

No creas que me siento contento de airear todo esto en público. Pero no hay más remedio. Ante tus ataques me siento más protegido si doy a conocer algunas circunstancias que, quizá, permitan a nuestros conciudadanos entender tu enfado y el mío. Y ha sido tu invasión de Alicante y de otros territorios próximos, tu pasión por la basura y por destrozar la convivencia con proyectos magalomaníacos y el control de decisiones y recursos públicos, lo que provocó que algunos eligiéramos la senda de la crítica: no tenemos más recurso que la palabra contra la fuerza desaforada que exhibes. Entonces la transparencia se convierte en un recurso imprescindible. Porque tú y unos cuantos como tú, esos que tanta gracia hacéis a un señorito sueco -al fin y al cabo para él serás sólo un nuevo rico pueblerino-, habéis encanallado Alicante y en vuestras juergas os habéis bebido y comido su futuro viable. Habéis dejado convertida la ciudad en una pelea de perros, por cada bocado, por cada contrata, por cada concesión, por cada metro cuadrado. Y no hablemos de sus símbolos, de su identidad, de su pasado prestigio. Todo yace devastado por vuestra afición a la ganancia rápida y la colocación urgente del cliente.

Por eso me siento feliz con tus siniestras grabaciones. Aunque una constante de mi vida política ha sido la lucha contra la corrupción y la especulación, los últimos 10 años han requerido que intensificara mi compromiso y que dedicara muchas horas a combatir el Plan Rabassa y otras aberraciones en las que tú merodeabas. Ya sé que lo tuyo no es nada personal, sólo negocios, pero el caso es que estás por todas partes. En muchas ocasiones he dejado constancia en las páginas de este diario, INFORMACIÓN, que me acoge con generosidad, lo que pienso de esa omnipresencia: se puede hacer un recorrido por mis opiniones, paralelo a las noticias que suministraba a la ciudadanía. A veces, te confesaré, me sentí poco reconocido, aislado en la época de la burbuja y el esplendor, dudando de si merecía la pena tanto esfuerzo -siempre compartido con magníficos compañeros-. Hoy sé que sí. Me lo ha dicho la única persona que podía reconfortarme: tú. Al ordenar desprestigio y hostias has reconocido que mi actividad sirve para algo. No es como meter la cabeza de un caballo en la cama, pero molesta. Quizá no seas Al Capone, pero no eres intocable. Con saber eso y con saber que tú lo sabes es suficiente para los que pensamos que, sencillamente, esta sería una ciudad mucho mejor si tú no estuvieras en ella.