No me voy a extender en citas pedantes porque luego me critican y hay quien afirma que uno pretende ir de «culto y de leído y escribido». Nada más lejos de mi intención y nada más lejos de la realidad. Esto supuesto, cualquier cosa que uno diga -más en un medio de la solera y la difusión de INFORMACIÓN- va mucho más armada si lleva el soporte de un autor reconocido.

Creo que fue Arthur Schopenhauer quien dijo que la «única verdad universalmente válida es el egoísmo». Creo que fue el gran filósofo griego Epicuro quien afirmó, cuando hablaba de Dios, que «en caso de que exista, no se preocupa en absoluto de nosotros».

Las dos citas vienen como anillo al dedo, en la situación actual, en las pasadas y en las futuras, para conocer nuestras relaciones con los políticos.

No es posible «pasar» de la política, por más que se pretenda -y les juro que lo he pretendido- porque la política no pasa de ti. En la política se decide el sueldo, el trabajo, las condiciones del mismo, la edad de jubilación, lo que cobras de pensión, si te despiden con indemnización o con una simple patada en el culo y los impuestos que pagas por cada litro de gasolina que pones. En la política se decide sobre tu vida y sobre la abundancia o la miseria en la que vas a desenvolverte y en la política deciden si quien te manda es Rajoy, Aznar, Merkel, Schaüble, Cayo Lara, Pérez Tapias o Pablo Iglesias. El hombre es un animal político, decía Sócrates, y la política determina nuestras vidas queramos o no.

Si alguien hay que hace verdad la frase del principio sobre el egoísmo como condición universalmente válida, son los políticos. ¿Te acercas a un político en época electoral? Todo son sonrisas, abrazos eléctricos y promesas de prosperidad. ¿Han pasado las elecciones? Ten cuidado porque como te pases un milímetro en tu ser vocinglero o incomodador te acusan de hacer escraches.

Los políticos pelean, discuten, exponen visiones distintas y muchas veces contrapuestas de la realidad. Eso es así, salvo cuando hablan de sus sueldos y sus condiciones de vida. Ahí las unanimidades suelen ser absolutas y las mayorías aplastantes. Un Ayuntamiento o un Parlamento pueden discrepar a la hora de hacer un plan urbanístico, una ley de educación o una de seguridad ciudadana, pero rara vez discreparán a la hora de subirse el sueldo.

Vean -quienes piensen que soy un anarquista peligroso, un pretendiente a meter la cabeza en Podemos, o un aspirante a conseguir acciones de ese negocio que jamás quebrará, el crematorio de Sant Joan del ídem, que no suelta prenda sobre si me pasará por sus hogueras de balde- vean la que se prepararon los eurodiputados del eurochollo.

El Parlamento europeo es una pasada. Un edificio moderno que alberga a setecientos cincuenta señores que, en la desapacible Bruselas y en el frío Estrasburgo, pierden el sueño pensando en nuestro bienestar, en normas para igualarnos en la diversidad y para garantizar que seamos felices como miembros del privilegiado primer mundo. No se quedan ahí, no crean, ellos -en medio de ese laborar incansable- arriman el ascua a su sardina y se procuran unos planes de pensiones que no los habría diseñado ni el instituto Noos para su gerente, su secretario general y su administrador.

El eurodiputado pone un euro de su bolsillo en un plan de jubilación y el europarlamento le pone dos -eso sí, del dinero de todos-. Eso se invierte en una Sicav que es una sociedad inversora muy perspicaz, de alta rentabilidad, potente, de tíos pastosos, y de baja tributación.

Seamos comprensivos con los eurodiputados: trabajan fuera de casa, en centroeuropa no disfrutan de nuestro sol y nuestro clima, no sienten cada día el calor de la familia, pasan horas en el avión yendo y viniendo y su sueldo tampoco es como para volverse loco porque hasta Ronaldo o Messi ganan más que ellos y trabajan menos.

Los diputados existen, no hay duda como Epicuro la tenía acerca de Dios. Existen pero -como el dios del filósofo- tampoco se preocupan en absoluto de nosotros. Cada diputado, cada político, se preocupa, lucha, se pelea y monta intrigas hasta lo indecible para llegar al poder, para instalarse en el machito y durar en él más que un martillo enterrado en paja.

Obtenido el poder -la silla de diputado, la Alcaldía, la Presidencia, el Ministerio, la Conselleria o la madre que nos trajo- todo es un puro paripé.

Tiene que parecer que se preocupan, tiene que parecer que pierden el sueño, tiene que parecer que les va la vida en la felicidad de los electores. La preocupación real y verdadera es su ascua y su sardina y cada uno lucha con uñas y dientes por arrimar la suya a la suya. ¿Me explico o me he inventado un trabalenguas?