Con su aspecto de típico señorito falangista de los años 40 y 50 del pasado siglo, bigotillo recto y pelo engominado hacia atrás, César González-Ruano fue uno de esos personajes que enmarcaron el franquismo como lo que fue, una magnífica época para aquellos que, con una ausencia total de moral y de ética, unido a los contactos adecuados, consiguieron vivir muy bien en una España y en una Europa sometida al yugo fascista que creció gracias al apoyo de una importante parte de la sociedad europea.

Ruano, poseedor de una verborrea periodística que le llevó a escribir más de 30.000 artículos en todo tipo de revistas y periódicos e incluso a trabajar a las órdenes de Joseph Goebbels, ministro de propaganda del régimen nazi, durante los meses que vivió en Alemania como corresponsal del diario Abc, pasó de jalear la quema de conventos por parte de anarquistas en los primeros meses de la II República a hacerse ultra defensor de la dictadura de Franco y a apoyar el nazismo con artículos plagados de ese antisemitismo que tan de moda se puso en buena parte del periodismo español que se arrimó al bando ganador tras la Guerra Civil española.

Guardo en mi biblioteca un libro de César González-Ruano que lleva como título Nuevo descubrimiento del Mediterráneo (Editores Libreros, 1959) que perteneció a mi abuelo, Agustín Ull Vernis, capitán médico del Ejército de la República española que tras la Guerra Civil estuvo internado año y medio en un campo de concentración para formar después de su salida lo que se ha llamado el exilio interior, es decir, aquellos que tuvieron que seguir viviendo en España bajo duras represalias hasta muchos años después de terminarse la guerra. En este libro de viajes que reúne textos de las principales ciudades del Mediterráneo, Ruano incluye un breve escrito sobre su visita a Alicante a principio de los años 50, siendo sus anfitriones el entonces alcalde Francisco Alberola y Antonio Ramos Carratalá fundador de la Caja de Ahorros del Sureste que dio lugar a la desaparecida CAM.

El periodista madrileño se hospedó en una habitación con vistas al mar en el hotel Palas y durante unos días se dedicó a visitar la ciudad que a tenor de la descripción que hizo de ella no dejó gran huella en su recuerdo. Lo que más le impactó fue la luz de Alicante reflejada sobre los hace tiempo derribados edificios de aduanas, pero más allá de las oportunas frases dignas de ser incluidas en cualquier guía turística poco más. No entabló conversación con ningún alicantino, no se le ocurrió ninguna reflexión sobre la importancia de las relaciones portuarias de Alicante con varios países del norte de África ni por supuesto sobre el hecho de que fuese la última ciudad en ser tomada por el ejército franquista.

González Ruano durante la dictadura militar formó parte de lo que podría llamarse los intelectuales al servicio del régimen, un variado grupo cuyas vidas fueron muy placenteras gracias a la propaganda que hicieron del sistema político que les sustentaba. Tratar de comprender el poder y la importancia que tenían periodistas comprables como el que hoy nos ocupa desde el punto de vista actual, con una democracia por fin consolidada, resulta extraño y difícil a la vez. Fue recibido en la estación de tren por el alcalde de Alicante pero además un artículo suyo podía, por aquel entonces, tener consecuencias graves. Basta recordar el que publicó en el diario Arriba y en La Vanguardia en agosto de 1949 cuando la actriz de teatro Margarita Xirgú, decidió regresar a España 20 años después del fin de nuestra guerra. Fue tal la inquina que soltó Ruano ante su vuelta que Xirgú, que se dio cuenta de la España que la esperaba y de la persecución que aún imperaba hacia todo aquello que recordase la II República, la cultura y el teatro de Federico García Lorca, decidió no volver y morir en el extranjero.

La reciente publicación del ensayo sobre Ruano El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado (Editorial Anagrama, 2014) ha tenido la consecuencia de que el hasta ahora Premio González-Ruano de periodismo sufragado por la Fundación Mapfre haya tenido que reconvertirse en un premio de relato corto con nombre distinto. En este libro se acredita su mezquino comportamiento cuando París fue ocupada por Alemania. Ruano se aprovechó de familias judías prometiéndolas un salvoconducto a otro país a cambio de su dinero y de los bienes de sus casas. Fue detenido por la Gestapo que sospechaba que estaba ayudando a escapar a judíos de Francia. Al registrarlo le encontraron un diamante enorme y doce mil dólares fruto de las falsas promesas con que engañaba a familias enteras a las que aseguraba que podía tramitarles un pasaporte al extranjero. Cuando se descubrió que no las ayudaba a escapar sino que sólo las robaba y engañaba le dejaron ir. Murió en 1965.