En nuestro idioma tenemos abundancia de palabras terminadas en ismo: feminismo, machismo, cientifismo, anarquismo, socialismo, capitalismo, individualismo, comunismo, colectivismo, espiritismo, materialismo, y otras tantas. El tal -ismo es un sufijo preocupante pues implica la supremacía de una idea, tendencia o movimiento sobre los demás. De imponerse cualquiera de ellos produce automáticamente desigualdad e injusticia. Por esa razón me gustan poco tales conceptos, de entrada, y soy menos propicio aún a lanzarme ciegamente en brazos de su ideología. También es cierto que cada uno de los términos más arriba mencionados encierra cierta complejidad y reducirlos a una definición simplona resulta parcial e injusto. El término feminismo es uno de ellos. Quiero decir, que tiene sus luces y sus sombras; tiene su parte positiva y su parte negativa. Feminismo, de entrada, es la valoración de lo femenino frente a lo masculino, que ya viene valorado por cultura y por tradición. Dicha valoración implica poner en pie de igualdad los roles masculinos y los femeninos, superando la tradicional e injusta inferioridad de la mujer frente al hombre, el uso y el abuso que de la mujer ha hecho el hombre, bendecidos por la tradición cultural más rancia.

No solo hemos de fijarnos en los aspectos negativos; se ha de reseñar algo importante, reflejado en las palabras de J. V. Marqués: «Ser hombre es importante, ser mujer es ser para otros». Si hay algo tremendamente femenino, y positivo, queda reflejado en las palabras de Marqués: ser para otros. Cuánta importancia tiene ese ser para otros. Sin esa dimensión de entrega a los demás, nosotros ni siquiera seríamos más que un grupo de seres egocéntricos y egoístas, en una lucha de todos contra todos. Cuando se pierde esa dimensión de entrega, cuando las mujeres emulan a los hombres en los comportamientos más egoístas y menos deseables, con ese cambio, de él por ella, no hemos ganado nada. Y en esos casos, es mejor el original que la copia. En la política, en la economía, en la empresa, en todos aquellos empleos tradicionalmente más propios de hombres que de mujeres, se espera ese «aspecto femenino» cuando la mujer se hace cargo de ellos y los dirige. Pero en muchos casos nos quedamos esperando, porque se confundió lo realmente femenino con el sustituir al hombre en el ejercicio egoísta del poder. Con la falta que nos hace esa dimensión de lo femenino en nuestra sociedad machista y egoísta.

Cuando se eduque tanto a las niñas como a los niños en esa dimensión «femenina» de darse a los demás como principal valor, el feminismo como movimiento dejará de tener la fuerza que tiene hoy, como el machismo y otros excesos de género. Desde ese mismo momento la lucha ya no será por el poder, como equivocadamente insisten activistas feministas como Beatriz Gimeno, sino cómo se usa el poder, cómo el poder tiene una dimensión de darse a los demás, y eso muchas mujeres lo hacen como nadie.