Los extremos se tocan, eso ya lo sabíamos. Cuando dejábamos atrás los tics del dogmatismo en favor de la tolerancia y se imponía el relativismo del «todo vale» resurge el fanatismo con una fuerza ya olvidada. La mentalidad dominante hoy ni siquiera admite una opinión contraria. Opinión contraria que es por lo general perfectamente legítima y, muy a menudo, profundamente moral y socialmente mayoritaria. Pero el fanatismo es incompatible con la libertad; con la libertad del otro, quiero decir.

La voz de alarma la ha dado el exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg: «Los dos partidos se gritan el uno al otro y desprecian las investigaciones que desafían sus ideologías». Pero ya sabemos que cuando chocan dos ruedas de molino, el que sale perdiendo es el pequeño grano de trigo que se encontraba en el lugar equivocado. Continúa Bloomberg: «Habría que preguntarse si los estudiantes están siendo formados en la diversidad de puntos de vista que una Universidad debería ofrecerles».

Hay pocas dudas al respecto. Si imaginamos la vida universitaria como un florecimiento de argumentaciones y disputas tenemos que irnos al París del siglo XIII. Las cosas se hacen ahora de otra manera, de una manera que se repite sospechosamente en diferentes partes:

-Ayaan Hirsi es una mujer somalí que lleva años denunciando la inferioridad de la mujer en su país. La Universidad de Brandeis, en Massachusetts, le ha concedido un premio por su defensa de la mujer, pero se han vuelto atrás tras acusarla de islamofobia. Quizás tenga razón en lo que dice, y quizás no. Pero no vamos a averiguarlo tapándole la boca.

-El Sindicato de Estudiantes de la Universidad de Cardiff, en Gales, prohíbe a las asociaciones de estudiantes participar en manifestaciones a favor de la vida. La razón que dan lo explica todo: ellos están a favor de la libertad de elegir.

-El Real Colegio de Obstetricia y Ginecología del Reino Unido niega el título de experto en salud reproductiva a quienes tengan «objeciones morales o religiosas» a la contracepción y la píldora del día siguiente.

-Los colegios de abogados de Ontario y Nueva Escocia, en el Canadá, no admiten el grado en Derecho de la Trinity Western University. ¿Porque imparten una formación jurídica deficiente? No. Porque no están a favor de las relaciones homosexuales.

¿Nada nuevo bajo el sol? Es verdad que la Inquisición es una vieja compañera de la Humanidad, pero algo nuevo ha aparecido. No hace tanto tiempo, cuando Fernando de los Ríos visitó la Unión Soviética y elogiaba la Revolución, se atrevió a decirle a Lenin que, de todas formas, echaba de menos la libertad. «¿Libertad? ¿Para qué?», respondió Lenin. Hoy, la novedad es que se presenta a la nueva Inquisición como adalid de la libertad: defensora de su víctima, ésa es la novedad. Pero hay otro motivo de alarma. El afán de lo políticamente correcto ha llegado, en las universidades norteamericanas a eludir el tratamiento de asuntos con los que alguien, en algún momento, por alguna razón, pueda sentirse violentado: cualquier material que trate sobre racismo, homofobia, sexismo, colonialismo, minusvalía física, violencia, suicidio, acoso,... debe llevar un aviso. Así, Huckleberry Finn es condenado por racista y El Mercader de Venecia, por antisemita.

El objeto confesado de todo eso es que los alumnos se pongan en el lugar del otro, pero ¿cómo lo harán si no conocen el punto de vista del otro, si sacralizamos la posición en que se encuentran? Karen Swallow, profesora de la Universidad de Nueva York, recuerda a una alumna a la que una novela del siglo XIX le hacía sufrir al recordarle los abusos sufridos en su infancia: «Una persona traumatizada por leer una novela victoriana es una persona que necesita ayuda», declaró. Swallow la puso en contacto con una especialista que la ayudó a resolver el problema.

El miedo a herir y a ser herido destruye la posibilidad de que el debate llegue a conclusiones racionales, igual que la destruye la imposición del pensamiento único. El fin de la Universidad es conocer la verdad y valorar esa verdad por sí misma, independientemente de intereses políticos, laborales o económicos. Las universidades deben ser templos de la razón, del pensamiento crítico, no centros del dogmatismo, deben ser el lugar donde puedan expresarse todas las ideas y se fomente el debate cívico.

Isaiah Berlin, claro defensor de la libertad -además de judío y minusválido físico- dejó escrito: «Quedaba para el siglo XX concebir que la forma más eficaz de tratar las cuestiones que se planteaban, particularmente los temas recurrentes que habían confundido y a menudo atormentado a las mentes originales y honestas de cada generación, no era empleando las armas de la razón, y menos todavía las de aquellas capacidades más misteriosas denominadas visión o intuición, sino eliminando las cuestiones mismas».