«La voz del Señor sobre las aguas»

(Salmo 29)

Amados turistas, y visitantes:

sed bienvenidos.

La mayoría de los que nos visitáis, venís atraídos por el agua de nuestras playas, ríos, lagos, cataratas, islas, parques acuáticos? También otros buscan la hidroterapia en balnearios y centros termales, en otros lugares. Y muchos, en su tiempo libre, la disfrutan con deportes acuáticos o de nieve. Lo cierto es que, «el agua» es un atractivo universal, y un bien indispensable para la subsistencia y el ocio. También los que vivimos en estas tierras levantinas apreciamos su presencia, con un esmerado aprovechamiento para la agricultura y el turismo.

Salvaguardando este bien universal, el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, en la Jornada Mundial del Turismo 2013, en consonancia con Naciones Unidas, dedicaba su mensaje al «Turismo y agua: proteger nuestro futuro común» e indicaba que «el agua es fundamental para el desarrollo sostenible, en particular para la integridad del medio ambiente y la erradicación de la pobreza y el hambre, es indispensable para la salud y el bienestar humanos?». No podemos despilfarrarla, ni contaminarla, tampoco en las estructuras turísticas. Por tanto, es imprescindible un turismo ecológico.

Para valorar el agua en todas sus dimensiones, hay que remontarse a su génesis y sus consecuencias. El agua no es sólo un elemento atmosférico sino que en último término nos remite a Dios. Como integrante primordial de la creación, debemos valorarla como un regalo de Dios por el que ejerce su providente soberanía. En las Escrituras se nos revela que Dios, Señor del Universo, dispensa el agua a su arbitrio y tiene así en su poder los destinos del hombre (Job 12,15). Así el agua es signo y memoria de su bondad, y de su amor al hombre, ya que por ella saca todo tipo de víveres, proveyendo así su subsistencia.

También en la Redención el agua ocupa un papel fundamental con su valor simbólico. Manifiesta la vida divina que se nos comunica en Cristo: las aguas vivificadoras que Ezequiel vio que manaban del templo (Ez 47,1-12), son las mismas aguas que manan de Cristo, según San Juan. Estas aguas son el Espíritu Santo (Jn 7,37s). El simbolismo halla su pleno significado en el bautismo cristiano, donde el agua realmente purifica y genera la vida de Dios en el bautizado.

El agua es, además, un medio de conocimiento y de acceso a la Divinidad. La inmensidad y hermosura que percibimos en el mar, saltos de agua, espectáculos acuáticos, etc. manifiestan la Belleza Suprema de Dios; y son, según Benedicto XVI, la «Vía Pulchritudinis» (vía de la belleza), un camino capaz de llevar, al que los contempla, hasta el Señor del Universo. Aunque, también advirtió, el Papa Francisco, que «estamos perdiendo la actitud del estupor, de la contemplación, de la escucha de la creación». Y ya al iniciar su pontificado, invitó a todos a ser «custodios de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza».

Al unísono con el Papa, también el Pontificio Consejo concreta que «todos los implicados en el fenómeno del turismo tienen una seria responsabilidad a la hora de gestionar el agua, de manera que este sector sea efectivamente fuente de riqueza a nivel social, ecológico, cultural y económico».

Para acabar, también yo quiero resaltar algunos aspectos:

-Es necesario que seamos solidarios con los que están sufriendo escasez de agua y que busquemos entre todos un desarrollo turístico sostenible.

-Tenemos que aprovechar el agua que Dios nos da. Para ello hay que fomentar los pequeños gestos. También los responsables deben favorecer su uso racional con políticas adecuadas y equipamientos eficientes.

-Hay que educar al sector turístico para ser «ciudadanía responsable». Promover la cultura de la solidaridad, de la sobriedad, de la autodisciplina y del encuentro.

-Usar irreflexivamente el agua manifiesta inmadurez. Los creyentes, en cambio, debemos admirarla, y orar a través de ella, como lo hacía San Francisco de Asís, que alababa a Dios, por todas las criaturas: «Por la hermana agua, ¡loado seas mi Señor!».

Al entrar en contacto con el agua, los cristianos debemos agradecerle al Señor «el pan nuestro de cada día» que de ella dimana y recordar su acción salvífica en nuestro bautismo.

Por último, quiero deciros que la Diócesis de Orihuela-Alicante, con sus sacerdotes, religiosos, fieles y parroquias están a vuestro servicio. Espero que asistáis a nuestras celebraciones y actividades y que participéis activamente en ellas. Y como miembros de la única Iglesia de Cristo, que todos unidos, alabemos a Dios. Que la Virgen María, nuestra Madre os bendiga. A ella os encomiendo. Que paséis unas felices vacaciones.