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Un robin hood converso

DOCTOR NO

Con la comparecencia de Montoro anunciando la penúltima reforma fiscal me ocurre lo que a Galdstone cuando le hablaban de la guerra del Sudán: «Desconfío de este asunto: no lo domino». En el caso de Montoro, la desconfianza es doble puesto que mi ignorancia sobre el tema es sideral y además recelo personalmente del ministro desde que se presentó a las elecciones con la promesa de reducir los impuestos. Tres años después ha logrado que los gobiernos de Zapatero parezcan ultraliberales y las nóminas mileuristas sufran un sangrado mensual de dimensiones hemorrágicas. Sí ha quedado confusamente claro que los efectos de la reforma se percibirán dentro de un par de milenios y que se ha esperado a que las cajas de ahorros hayan finalizado su reconversión laboral para gravar las indemnizaciones por despido. Sin embargo, el ministro se ufana de un dato heroico: en Bruselas no gusta su reforma y esto le permite presentarse como un Robin Hood converso con corbata de Hermés.

RAÍCES

Se ha iniciado una campaña periodística sobre el enchufismo en el Tribunal de Cuentas, una institución lejana de la que sólo tenemos noticia cuando sus sonrojantes informes son arrojados a la trituradora de papel por los destinatarios. Los datos indican algo anómalo en España, excepción hecha de ayuntamientos, diputaciones, universidades, empresas públicas, administración de justicia y hospitales: que el criterio fetén para la contratación o la oposición amistosa es la recomendación. Asombroso. Una de las ventajas innegables de lo público sobre lo privado es que la mayoría de las empresas con media docena de familiares en plantilla suelen duplicar epitafio: se disuelven la empresa y la familia; en cambio, hace varios siglos que las instituciones públicas españolas imitan a los Von Trapp, que eran once y cantaban juntos. Escandalizarnos ahora de esta tradición porque el Tribunal de Cuentas también tiene su árbol genealógico hace justicia a «El verdugo» de Berlanga, el paradigma del enchufismo macabro.

LA BÁMBOLA

Es una malévola coincidencia que el aforamiento del rey haya sido aprobado el mismo día que un juez de Palma indicaba a su hija el camino del tribunal. Lo más benévolo que dice el juez es que la inacción de la infanta ante los desmames de su marido pudo deberse al cariño. En mi juventud esto se llamaba «arrebato pasional». Sin duda, al juez le ha parecido excesivo que los arrebatos pasionales tengan doble contabilidad y ha preferido que sea Miguel Roca quien salve a la dinastía como si fueran los Romanov. La dinastía. El aforamiento del rey tiene la justificación del agravio comparativo: si los parlamentarios autonómicos del PP son aforados a tiempo parcial, ¿cómo no va a serlo el padre de la señora de Urdangarin? Esto no es aceptado por otros aforados, en concreto por algo menos de la mitad de diputados que han bramado desde la tribuna con mayor o menor énfasis, desde algunas poses arrabaleras de la izquierda republicana a la perpetua levitación del PSOE, que hoy se ha abstenido para no parecer demasiado monárquico.

EL PARAÍSO PERDIDO

La dimisión de un eurodiputado comunista ha permitido saber que varios compatriotas tributan en un paraíso fiscal a través de una Sicav, uno de esos artilugios financieros que los pudientes han ideado para evitar la engorrosa tarifa del IRPF y seguir siéndolo. La relación de los pícaros es una admirable muestra de la riqueza política española: hay eurodiputados del PP, socialistas, el ya mencionado comunista, nacionalistas e incluso Rosa Díez, la regeneracionista con sede fiscal en Luxemburgo. Lo más entrañable del guirigay es que todo es escrupulosamente legal aunque indecoroso y ninguno de los aludidos parece saber no ya qué es una Sicav, sino dónde queda Luxemburgo. Por cierto, entre los aludidos aparecía un tal Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, que se ha apresurado a demostrar que él no ha participado en martingalas, empeorando así el mutis del resto. Supongo que las carcajadas bolivarianas están retumbando en la tienda de campaña de Podemos.

CENA PARA DOS

El rey cenó anoche en Barcelona con Artur Mas y en su discurso comentó que ha visitado Cataluña el ultimo año en más ocasiones que en sus otros cuarenta y cinco de vida. Habló en un catalán excelente, prestándose de nuevo a involucrar a la corona en un papel constitucionalmente equívoco. Es claro que el rey arbitra y modera, pero también que el conflicto es político y por ello corresponde a los políticos firmar el armisticio o retarse en duelo. Probablemente nadie ha encontrado por ahora un método menos cruento, aunque comienza a cansar esta peregrinación con argumento repetido: la expresión ofendida de Mas y los esfuerzos del visitante por arrancarle una sonrisa cómplice. Recuerda demasiado esas escenas con niños enfurruñados a quienes los padres intentan seducir con zalamerías y carantoñas para disolver la rabieta. Finalmente, la tormenta amaina sucumbiendo a los caprichos del niño y éste obtiene su helado con sabor a concierto económico.

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