Llegan nuevos tiempos para las monarquías. Con el siglo XXI, ha llegado también una época de crisis y los ciudadanos reclaman presupuestos transparentes y austeros. Ya no sirven los modos monárquicos de la segunda mitad del siglo pasado; los nuevos príncipes y reyes deberían tener presente que tienen que reinventar su trabajo y encontrar un papel nuevo que justifique su existencia. No debemos olvidar que, históricamente la sociedad española ha puesto de manifiesto que el respaldo mayoritario a la Monarquía pasa, en todo momento, por la funcionalidad de la institución y su utilidad para el país.

Durante los últimos 40 años, el prestigio de la Corona española se ha basado fundamentalmente en el papel de Juan Carlos I durante la transición, cuya guinda fue su actuación en el fallido pronunciamiento militar. Al margen de consideraciones más o menos acertadas en relación al verdadero papel que jugó el Rey en la sublevación, lo cierto es que, su intervención final mostraba claramente su rechazo a ese tipo de golpe de Estado. Sin embargo, Felipe VI no cuenta con una transición que llevar a cabo ni, afortunadamente, una rebelión militar que abortar.

El nuevo Rey es diferente a su padre y reinará en un contexto socio-histórico distinto. Si la sociedad española no es capaz de tener presente estas cuestiones, Felipe VI no contará con el apoyo popular necesario para llevar a cabo su reinado con la suficiente legitimidad. El rey Felipe se encuentra con un Estado muy diferente al que se encontró Juan Carlos en 1975. Millones de españoles no han vivido el franquismo, la recuperación de las libertades y el acceso a la modernidad, y creen que no le deben nada a la monarquía. En este sentido, el propio Felipe conoce perfectamente las características de la sociedad en la que tendrá que reinar y es plenamente consciente de que debe ser un rey distinto, en una situación histórica diferente. Pero además, forma parte de otra generación, tiene muy bien interiorizadas las reglas del juego real y no las va a sobrepasar ni un milímetro. A diferencia de su padre, no le gusta nada la improvisación, no es dado a las sorpresas y siempre mide muy bien lo que dice. Desde su nacimiento, ha sido preparado para ser lo que se espera de él, un Rey de libro, con un guión bien definido. Casi podríamos pensar que se trata de un personaje real en un juego de ficción, como sucede en El Show de Truman. Felipe VI sabe desde niño que el examen público de cada uno de sus actos, palabras y gestos va a ser una constante en su vida. También conoce a la perfección que la comparación con su padre será ineludible y en este caso, en principio, juega a perder. Juan Carlos I ha sido durante años imagen de fama y éxito. Hombre atractivo, con carisma, astuto y con inteligencia política, supo poner fin a las instituciones franquistas y comprendió las aspiraciones autonómicas.

La realidad española en la actualidad es otra muy diferente. El consenso que se produjo durante la transición por parte de la mayoría de la ciudadanía, la Corona, los partidos políticos y las organizaciones sindicales, entre otros, ha dejado paso a un clima socio-político muy distinto. Así y todo, imagino que Felipe VI está convencido de que su presencia va a suponer un refuerzo de la imagen exterior de España, y que se podrá volver a crear un ambiente de estabilidad y ausencia de vaivenes económicos, sociales y políticos. Él sabe perfectamente que lo primero que debe aprender un buen monarca es a procurar que sus súbditos lo reconozcan, si no como necesario, sí como conveniente. Toda monarquía debe aspirar a su continuidad, por tanto, la primera labor de cada Casa Real es intentar conservar su prestigio y que los ciudadanos la consideren útil. Pero no es el único, la mayoría de las nuevas monarquías europeas, árabes y asiáticas, van detrás de estrechar sus lazos de manera permanente, creando un exclusivo grupo de influencia con la intención de proyectar una imagen que fortalezca la percepción de sus respectivos países en el exterior. Este exclusivo lobby monárquico ha comenzado ya su puesta al día porque en ello le va su propia supervivencia. Si en la anterior generación era muy difícil ver a sus integrantes renunciar a determinados privilegios, casarse con plebeyas, hacer público sus ingresos, o limitar la liturgia palaciega a los mínimos imprescindibles, actualmente no se perdonaría este tipo de actuaciones.

Aunque Felipe VI no tiene una transición que gestionar, como le sucedió a su padre, sí tiene por delante un trabajo institucional importante. Y quizá de la forma de realizarlo dependerá en buena medida su continuidad y aceptación por parte de la mayoría de los españoles. Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso, asegura que Felipe VI debe ganarse el trono convenciendo a la ciudadanía y a las fuerzas políticas de su utilidad. Por este motivo, le aconseja que comience su reinado reconociendo las diferentes naciones del Estado y abriendo un debate acerca de la reforma constitucional. A su juicio, si quiere legitimarse como Rey de España, Felipe VI debe dejar claro qué modelo de Estado quiere, favoreciendo la negociación de la forma de gobierno y la discusión de un nuevo modelo de Constitución. Esteban le ha pedido al nuevo monarca que sea valiente y actúe con determinación para afrontar los problemas del Estado y de sus ciudadanos. El nuevo Rey debe ser plenamente consciente de que debe utilizar sus poderes de conciliación para dirigir al Estado a un modelo diferente. También los diputados de CIU le están reclamando al nuevo Rey que sea capaz de crear puentes de diálogo entre el Gobierno central y las instituciones catalanas. En este sentido, el nacionalismo catalán y vasco están requiriendo que Felipe sea activo y tome parte en este asunto de manera atrevida.

Sin embargo, creo que es conveniente apuntar que las actividades de un Rey en una monarquía parlamentaria se deben limitar, y así lo señala la Constitución, a arbitrar, moderar y representar. En este sentido, el nuevo monarca tiene por delante un gran trabajo que debe administrar con pies de plomo. Si el anterior Felipe fue conocido con el sobrenombre de Felipe V el Animoso, esperemos que a este nuevo Rey nunca se le llegue a conocer como Felipe VI el Breve.