No hay la menor duda, que el culmen, la apoteosis de nuestras fiestas de las Hogueras es el acto purificador y regenerador atávico de la Cremà, sin ella poco sentido tendrían los monumentos que los maestros erigen en las calles alicantinas. De igual modo, en la tradición de la noche de San Juan, tiene un lugar preferente la Palmera, que dese el Benacantil, anuncia a propios y foráneos el inicio de la Cremà. Pero poco, a poco, en silencio atronador, se ha hecho un hueco en el corazón de los alicantinos un acto, que a pesar de repetitivo durante los días previos, desde la plantà a la cremà, no es menos apreciado por los vecinos de Alicante, e incluso por aquellos que nos visitan.

La mascletà, pentagrama de pólvora que durante breves minutos con armonía simpar rasga el cielo alicantino esparciendo, corcheas, fusas y semifusas que elevadas por el humo denso plagado de pavesas, se ha convertido en la sinfonía festera por excelencia. Música que atrona espíritus, que reverbera entre la multitud que se aposta en derredor de Luceros, en la que los caballos son cubiertos por temor que ante tanta explosión de emociones, tomen vida y salgan de su eterna quietud para danzar en cabriolas y requiebros, con la sinfonía que los maestros pirotécnicos componen en sus laboratorios para nuestro deleite. Músicos de la pólvora que sin necesidad de batuta dirigen el concierto atronador que a diario nos ofrecen.

Si tambores, cajas, platillos, bombos, y demás útiles musicales de percusión son componentes de orquestas, bandas y otras asociaciones musicales, no lo ha de ser, música con todas sus letras, la mascletà, en la que los estallidos de la pólvora están sujetos a una perfecta coordinación auditiva que llena de emociones y sensaciones a las gentes que hombro con hombro escuchan con devoción silente el tronar del pentagrama de pólvora en armonía de sonidos en los límpidos cielos alicantinos, cuando el solsticio de verano marca el inicio del estío. Marea humana que remansa durante los breves minutos que dura la mascletà, ante el poder hipnótico del pentagrama de pólvora de bella eufonía festera.

El estruendo al compás recorre las epidermis, estalla en nuestras papilas olfativas, reverbera en nuestra caja torácica y hace que nuestro vello se erice de emociones, haciendo que alguna lágrima logre desbordarse en recuerdo de los que no pueden estar momentáneamente con nosotros, y de los que nos dejaron para siempre, que en lugar de privilegio se asoman puntualmente a las dos de la tarde a nuestro firmamento, conduciendo a los recién llegados a esos confines celestiales, diciéndoles, escuchad, allá, allá a lo lejos, suena Alicante.