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Mala educación

Vistos los semblantes de Íñigo Urkullu y de Artur Mas durante la proclamación de Felipe VI esta misma semana por las Cortes Generales, bien podríamos haber pensado que estábamos asistiendo al fin de la historia. Los presidentes del País Vasco y de Cataluña se dieron una vuelta por la capital del reino para tomarse una caña y dejar patente su descontento con todo lo que se dice y todo lo que se mueve. Es evidente que Don Felipe no iba a abrir las puertas a la secesión de vascos y catalanes porque, entre otros motivos, no entra en sus competencias. Pero como no se trataba de presentar un programa de gobierno sino de expresar una forma y un estilo de hacer y entender nuestra democracia, me parece que, aunque austero y aburrido, estuvo muy acertado cuando dijo que «en esta España unida y diversa cabemos todos». Iñigo y Artur se mantuvieron impasibles, exhibieron un rictus más propio de un dolor de vientre que de un trascendente acto político y social y se fueron por la puerta de atrás con improvisadas prisas para no perder el tiempo con los chismes de la Corte y atender falsas urgencias. Don Felipe ahondó en la decepción del lehendakari y del líder de CiU, que no vieron nada nuevo en lo que dijo y esperaban «un guiño al Estado plurinacional». Quizá debería haber arriesgado más Don Felipe de Borbón desarrollando los principios de su discurso y poniendo un poco de énfasis para animar la proclamación, sobrada de marchas militares y falta de entusiasmo y emoción. Con todo, las líneas trazadas por el nuevo Monarca, que abogó por el entendimiento, prometió integridad y ejemplaridad y «una Monarquía renovada para un tiempo nuevo», eran merecedoras de un aplauso, negado tanto por Urkullu como por Mas. Estaban ambos, desde luego, en su derecho de poner mala cara y no aplaudir, pero con ello dieron amplia muestra de una sonrojante mala educación.

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