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Un guiñol a la europea

Durao Barroso es un político portugués a quien la gramática parda europea ha convertido en un guiñol

YO ACUSO

Durao Barroso es un político portugués a quien la gramática parda europea ha convertido en un guiñol europeo que habla por boca de alemanes. De gira por Santander, allí ha revelado que en España el huevo no fue antes que la gallina. Se refería a la crisis del sistema financiero. La gallina eran las cajas de ahorro y el huevo el Banco de España; o al revés, pero a Durao se le ha entendido todo, que siempre es una proeza tratándose de un portugués, e inmediatamente Emilio Botín ha echado un capote al Banco de España, ese supervisor intrépido que no se enteró de las preferentes. Lo que arguye Botín mientras prueba sus nuevos palos de golf es que la culpa del tsunami inmobiliario fue de los políticos que aprovecharon la burbuja para estafar a varias generaciones que recontaban su saldo al céntimo y creían que un fondo de inversión era una película de Gary Cooper. Claro, pero el Banco de España sabía que no era así y Botín también. Hay algo esencialmente obsceno en este «yo no he sido».

LA COMUNIDAD

El diplomático Jorge Dezcállar ha escrito un artículo en el que compara a la Generalitat catalana con unos vecinos que repentinamente decidieran dejar de pagar las cuotas de comunidad y negaran a los demás el derecho a impedirlo. Las metáforas las carga el diablo y esta es particularmente diabólica, puesto que la Generalitat no pretende dejar de pagar las cuotas sino mudarse. Eso sí, a un proyecto de urbanización sin luz, agua ni recogida de basura que sus promotores describen como un edén tras embolsarse la comisión de venta. Uno es muy libre de vivir donde quiera, incluso al raso, pero debe asumir los riesgos de la burbuja nacionalista que promete la piedra filosofal y las minas del rey Salomón en un mismo lote. Ahora bien, no hay antídoto eficaz contra esa voluntad ni lugar para sus víctimas. Dezcállar y otros pueden apelar hasta la afonía a las leyes o parapetarse tras millones de catalanes a quienes se obligará a vivir donde no quieren. Pamplinas.

THE END

La abdicación de Juan Carlos I de España ha coincidido con la de Iker I de Sudáfrica y no quiero especular demasiado acerca de quién de los dos parecía en mejor forma física. Baste reseñar que la exhibición trotona de nuestros once turistas ratifica a Pareto: la Historia es un cementerio de aristocracias. Ahora bien, hay formas y formas de afrontar la guillotina o el ostracismo porque una cosa es abdicar y otra que una turba de chilenos y holandeses saqueen los aposentos mientras la guardia negocia contrato para la próxima temporada o discute la prima por encajar siete goles en dos partidos. Antes de que la clarividente prensa deportiva se abalance con un «ya lo dije», conviene recordar que la selección española no ha jugado un partido mínimamente digerible desde hace dos años. Pero se insistía en que nuestro sistema hipnotizaba al rival cuando en realidad éste podría haber prescindido del portero sin riesgos.

UNA JORNADA PARTICULAR

Es enternecedora la falta de unanimidad de los analistas sobre el discurso de Felipe VI. A mí me pareció que estaba maravillosamente construido y decía todo lo que el rey podía decir en este momento. En el anecdotario de la jornada queda el interminable besamanos en el Palacio Real, el conjunto de Ana Botella, los arrumacos regios, la constatación de que González, Aznar y Rodríguez Zapatero han hecho buenas migas tras jubilarse y la falta de entusiasmo tanto republicano como monárqico de la plebe. Como los españoles no sabemos vivir sin atormentarnos, ahora la preocupación de miles de alcaldes es si su callejero rotulado con un «Príncipe de Asturias» debe pasar a ser «Felipe VI» y, ante todo, cuántos retratos del nuevo monarca deben encargar. Un alcalde toledano ha optado por la solución de la madrina en la boda: uno de cada.

LA BESTIA

Hoy me he tropezado en la calle con una señorita que paseaba un hurón, esa alimaña nerviosa. No bromeo. Es una mezcla de rata y ardilla que evidentemente no fue creada para ser exhibida con correas en un hormiguero humano. Estoy casi acostumbrado a perritos cagones de raza como síntoma de prosperidad. Si cualquiera puede conducir un Mercedes hoy en día, se impone marcar distancias con una cagarruta de pedigrí. Ya lo dijo el gran Goscinny en una viñeta de Asterix: la gente compra lo que provoca envidia al vecino. Pero pasear un hurón introduce una novedad exótica y carísima que intriga. No quién es esa chica, sino qué es esa criatura que está meando en el portal de casa, se dice el matrimonio que regresa de la liposucción mensual. Por cierto, he comentado a la cretina que los hurones eran una tribu que aparece en «El último mohicano» y se ha encogido de hombros. Por hablar de algo mientras me olisqueaba el hurón.

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