Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Llopis

Camino de Manchester

El libro se llama «Chavs. La demonización de la clase obrera» y es un furioso ensayo del periodista inglés Owen Jones, en el que se pone negro sobre blanco el sistemático castigo al que se están viendo sometidas desde hace décadas las capas más débiles de la sociedad británica. Además de ofrecernos la visión de una izquierda diferente, esta obra (convertida en un gran éxito editorial) contiene un estremecedor relato del proceso de desmantelamiento de la industria de la Gran Bretaña, en el que se retrata el hundimiento de ciudades emblemáticas, como Manchester o Glasgow, que ven desaparecer una tras otra sus señas de identidad económica, mientras se transforman en bolsas permanentes de paro y de pobreza, en las que los viejos obreros desarraigados viven pendientes del sobre mensual de la asistencia social.

En este Alcoy de los 8.000 parados y de los polígonos llenos de naves vacías es imposible evitar la tentación de hacer las correspondientes comparaciones con la triste experiencia de decadencia vivida por las ciudades del Norte británico, perfectamente contada en películas como «Trainspotting» o «Full monty». Aunque aquí no hemos tenido que sufrir la furia destructiva del thatcherismo, los efectos vienen a ser prácticamente los mismos: desde hace dos décadas estamos asistiendo a la progresiva e imparable desaparición de una industria, que nos ha dado de comer durante siglos, proporcionándonos, además, un sólido amarre de cohesión social. Sectores como el papel o el metal se han esfumado, mientras el textil resiste en una situación cada vez más precaria. Pese a que ha arrastrado a miles de personas, este desastre se ha aceptado como un hecho absolutamente natural y ni los partidos de derechas ni los de izquierdas han sido capaces de ofrecer salidas que vayan más allá de la vacía prosopopeya de los discursos electorales.

Al igual que en las sombrías ciudades inglesas de la postcrisis, en Alcoy también hemos visto cómo se fulminaba un modelo económico sin sustituirlo por ninguna alternativa. Tras la industria, la nada: tristes aspiraciones a las migajas turísticas de la costa o apelaciones a un presunto sector servicios, que tendría muy poco sentido en una zona especialmente castigada por el aislamiento geográfico. Mientras las grandes fábricas echan el cierre una tras otra, los ayuntamientos se pelean a muerte por el puñado de empleos precarios que podría generar un hipermercado o una multinacional de ropa deportiva. En medio de este páramo, una ausencia total de ideas: nadie es capaz de esbozar una propuesta medianamente viable para reactivar el desarrollo de una industria, que está dando sus últimos coletazos.

Tarde o temprano, las crisis económicas acaban dejando su huella en el paisaje. En las desastradas urbes industriales del Norte inglés ha pasado y aquí también. Pasear por Alcoy es ver viejas fábricas derruidas, letreros de se vende en las polvorientas persianas de comercios abandonados y antiguas áreas fabriles convertidas en descampados llenos de chatarra. Ante un panorama tan feo como éste, la reacción es absolutamente previsible: la gente echa a correr, pone tierra de por medio y se busca el futuro en lugares más prometedores. La ciudad pierde 700 habitantes en el último año y el Instituto Valenciano de Estadística nos anuncia que en 2018 podríamos vernos situados en la vergonzante cifra de los 58.000 vecinos. La demografía es un termómetro y en nuestro caso, señala que el enfermo está muy mal y que necesita con urgencia una intervención médica.

Hace un siglo, cuando las fábricas funcionaban a pleno rendimiento, las personas que querían elogiar el espíritu emprendedor de los alcoyanos, no dudaban en calificar a Alcoy como el Manchester valenciano. Pasa el tiempo y seguimos recorriendo caminos paralelos. La crisis de la industria británica es la misma crisis que arrasa nuestros polígonos y sobre estas dos comunidades parece flotar una misma maldición: ningún gobierno -ni central, ni autonómico, ni local- parece tener ni el más mínimo interés en impulsar políticas de desarrollo industrial. La batalla se da por perdida, sin ni siquiera lucharla. La Historia ha iniciado una nueva partida y a nosotros nos han tocado las cartas malas.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats