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Leo que el artículo de Losantos sobre la proclamación lleva por título «Un discurso inolvidable» y, como entiendo que debe ser hiriente, me dispongo a leerlo en una muestra más de que esto nuestro es una profesión de riesgo. Tanto, que no es hiriente ni sarcástico, sino todo lo contrario: «La forma de hablar, de saber perfectamente lo que decía -describe el entregado autor-, hasta de emocionarse al hablar de su madre resultaron, para el que se siente español, sorprendentes por su claridad y electrizantes por su intensidad...Un gran día para España, sí Señor». Todo un recital de elogios que recorre diferentes derroteros siempre en busca del mayor escarnio para el abdicado. Con lo que tiene encima Felipe VI, lo único que le falta son cortesanos de este perfil.

Aunque habrá que ver qué hace con posterioridad, la nueva pareja de reyes tiene pinta de conocer el terreno que pisa. No hay más que fijarse en la cordialidad que se gastó la reina Letizia con la trianera que dirige el paso del socialismo andaluz. El Jefe del Estado sabe que, a día de hoy, buena parte de su asentamiento depende de que el pesoe se ponga las pilas y se robustezca pero sin retomar las señas de identidad que mayor gloria le dieron. En fin, un ejercicio de funambulismo para el que no parece que el partido esté en las mejores condiciones. El que la propia Reina les eche una mano dice todo de su estado.

Y es que no hay que perderse el país que tenemos. Sobrevivir en él es de nota, tengas la sangre que tengas. No les extrañará si les digo que, el adiós de don Juan Carlos anteayer, concitó más televidentes que lo del niño el día después y que, la despedida de la selección del Mundial, contó con mayor número de espectadores que el día en que se hizo con el trono. Recreándonos en las fatiguitas de los demás, siempre somos campeones.

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