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Francisco Esquivel

A regenerarse toca

La ovación más sentida se produjo con la ascención del joven Rey al hemiciclo. La necesidad de regeneración mantuvo la atmósfera cargada. Los parlamentarios que se lo toman en serio olfatean que, de no cambiar el paso, la cabeza les huele a pólvora a ellos y a sus siglas. Y, con este cuadro a cuestas, la presencia en primer plano hasta hace dos días del abuelo borbón no ayudaba precisamente al impulso necesario para creer en lo que hay, por mucho que algunas marcas de aquellos impactos permanezcan en el techo para evitar que se desprendan de la memoria. Pero buena parte de los españolitos no se sienten deudores del 23-F y reclaman de manera ardiente otras motivaciones.

La sola presencia del hijo sobre el skyline del Parlamento proporcionó a la Cámara un soplo de aire fresco en el buen sentido al menos por ahora. Y, con la repetición de los cariñosos aplausos a doña Sofía -mejor así-, se reconocieron los servicios prestados. Dentro de la cada vez más raquítica composición de la Familia Real, el gesto compungido de la infanta Elena nos devolvió a Barcelona´92 con la diferencia de que el desfile que encara hoy el abanderado se barrunta de obstáculos.

Reacciones al discurso calificándolo de plano no hacen más que corroborarlo. Felipe VI se decantó por no pasarse de frenada hasta límites insospechados quizás teniendo en cuenta que, en plena ansiedad por darle a esto una vuelta de tuerca, más de uno reclamaba un mitin y un diseño programático, acompañado de traducción simultánea en nuestras lenguas flamencas. Y, no obstante, es lo único que le hubiera hecho falta al perfecto desbarajuste por el que transitamos. La falta de emoción desde la tribuna dejó patente que no busca ser refrendado por las urnas. Sin embargo a no tardar, igual no queda mejor salida

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