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Maracaná, historia en tres países

España y Uruguay vivieron en el estadio de Maracaná dos hechos de los que vivieron años. En el mismo recinto padeció Brasil la mayor de las humillaciones en el partido en el que se iba a proclamar campeona del mundo. Es la historia en tres países. El Mundial de 1950, fue el primero después de la Guerra Mundial y el primero en el que participó Inglaterra. No lo había hecho con anterioridad por considerarse superior al resto del mundo. Perdió con España por 1-0 y con el mismo resultado con Estados Unidos, un país catecúmeno en lo futbolístico. Uruguay dio paso a un acontecimiento que ha pasado a la historia como «Maracanazo».

El mundo vivía pendiente de la guerra de Corea que empezó en vísperas del Mundial. En España el NO-DO dio aire a la boda del Marqués de Villaverde con Carmencita Franco. La gran noticia, sin embargo, fue el gol de Zarra a Williams. Telmo logró el tanto que fue acogido como la gran victoria política frente a Inglaterra y de ahí que el presidente de la Federación, Armando Muñoz Calero, cardiólogo que había participado en la División Azul, ante el micrófono de Radio Nacional, con Matías Prats de locutor dijo: «Al mejor caudillo del Mundo: Excelencia hemos vencido a la Pérfida Albión».

La España que no tenía puertas abiertas en el mundo, que ni siquiera pertenecía a la ONU, era nación profundamente herida por la guerra Civil, se solazó con el tanto del delantero centro del Athletic, equipo entonces muy estimado y formado por lo que entonces se denominaban «chicarrones vascos» o «chicarrones del norte». De Zarra se llegó a decir que poseía la mejor cabeza de Europa después de la de Churchill. España había vivido la retirada de embajadores en la década de los cuarenta y logró el ingreso en la ONU en la de los cincuenta, cinco años después del Mundial. La victoria ante Inglaterra fue balsámica.

Brasil preparó para el Mundial el recinto que iba a ser modelo mundial. Se levantó para 180.000 espectadores. Se acabó en vísperas del comienzo, como ha sucedido ahora, con la remodelación que ha reducido sensiblemente la ocupación. Las plazas de pie, según los brasileños, llevaron 200.000 espectadores al partido final del 50. Maracaná obligó a remover 50.000 metros cúbicos de tierra, se consumieron 10.597.661 kilogramos de hierro, 464.650 toneladas de cemento, 55.250 metros cúbicos de madera, 3.933 metros cúbicos de piedra y 1.275 también metros cúbicos de arena.

Aquél monstruo futbolístico albergó la victoria de España y el partido final del campeonato, que se jugó por grupos. Los cuatro ganadores, Brasil, Uruguay, Suecia y España jugaron la liguilla final. En ella, España empató con Uruguay (2-2) y Brasil goleó a Suecia (7-1) y España (6-1). Uruguay venció a Suecia (3-2). A los brasileños para ser campeones les bastaba el empate.

Uruguay era víctima propiciatoria y los propios jugadores de la selección así lo creían. En el vestuario había sentimiento de derrota. Ya no bastaba con que Obdulio Varela dijera su frase preferida de que «afuera nos aguardan japoneses» que era el modo de descalificar a los adversarios.

Esta vez, sin que nadie hablara y todos estuvieran con la cabeza baja, el capitán el «Negro» Varela, el que había marcado el gol a Ramallets y significó el comienzo de la caída española, se puso en pie en medio de la estancia y dijo: «Pónganse los huevos en la punta de los botines y a ganar».

Brasil por medio de Friaça marcó a los dos minutos de la segunda mitad. El público, enfebrecido, celebró el gol con sonido estremecedor. Varela tomó el balón, se lo puso debajo del brazo y se fue hacia el juez de línea. El público presintió que podía haber existido alguna anomalía y se quebró el griterío. Varela no hizo protesta alguna, sólo simuló.

Aquello, sin embargo, sirvió para que la gran hinchada bajara el tono de sus voces. Varela consiguió el primer objetivo: imponer más prudencia en la grada. Schiaffino, en el 21, hizo el empate y ello puso incertidumbre en el partido. La hinchada ya no creyó tan rotundamente en su triunfo y los antes abatidos uruguayos comenzaron a creer en su triunfo. En el minuto 34 de la segunda parte, Ghiggia hizo el gol que valió la Copa. Jules Rimet, presidente de la FIFA, que había abandonado el palco para bajar al césped a entregar el trofeo al capitán brasileño, se topó con que no había capitán brasileño, sino uruguayo. Casi entregó la Copa a escondidas.

Ghiggia, con su remate ganador, estrelló el balón en la muñeca que la esposa de Barbosa, portero brasileño, le había regalado como amuleto y que depositaba junto a la red en cada encuentro que jugaba.

El guardameta vivió avergonzándose toda la vida por los goles uruguayos. Se sintió condenado hasta la muerte. Nunca le perdonaron a pesar de que él no había sido responsable directo de la derrota. Fue la víctima directa del «Maracanazo». Brasil cargó la derrota en un hombre que, tras el partido, desapareció varios días y estuvo a punto de suicidarse.

Los dos vestuarios principales de Maracaná, años después, fueron dedicados a Pelé y Garrincha, campeones del mundo en 1958. En Suecia.

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