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El eterno retorno

Estados Unidos enfría su relación con China por el espionaje informático que, a su vez, practica indiscriminadamente en todo el mundo. Rusia aprovecha para revitalizar la amistad con China y compensar las represalias de EE UU, y Europa por la invasión fáctica del este de Ucrania. Tal parece como si la política de bloques sufriera el fatum del eterno retorno. Los conflictos regionales del Mediterráneo oriental amenizan el cuadro de la inestabilidad: guerra civil interminable en Siria, asalto al parlamento de Libia, enfrentamientos latentes en un Egipto militarizado, terrorismo en Irak, lenta y dudosa desnuclearizaciòn de Irán, alerta permanente en Israel, crisis en Turquía a consecuencia de un gravísimo accidente minero, etcétera.

El mundo parecía condenado a entenderse, pero el morbo prebélico es un ciclo resistente a las más duras lecciones. Solo falta que los republicanos infectados por la ultraderecha ganen la Casa Blanca y que el resultado de las elecciones europeas desvíe el objetivo de la unidad política en querellas con los antieuropeos. La consolidación económica con la salida de la crisis, la unidad fiscal y bancaria y el progreso hacia la política no tendrán su mejor caldo de cultivo en un escenario de hostilidades internas y externas.

Si en el mundo vuelven a imponerse el enfado, la desconfianza y el enfrentamiento, quedará invertida la escala de valores y la prioridad de evitar las armas se impondrá a cualesquiera otras. No faltará la tentación de evitar la guerra con otra guerra, error condenado al fracaso como muestra el hecho de que las guerras de hoy nunca se ganan si no es con las famosas armas de destrucciòn de destrucción masiva. Y si eso es ganar...

El minoritario derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU inutiliza la eficacia del organismo como foro de entendimiento y negociación mundial. En los problemas que verdaderamente cuentan siguen vivas las conscripciones ideológicas de la guerra fría. Van desapareciendo las generaciones que sufrieron los estragos del siglo XX, y las de relevo en el XXI celebran el centenario de la gran guerra de 1914/18 como si fuera una vieja historia, en lugar de obligarse en un foro mundial de la paz a proscribir con acuerdos vinculantes el riesgo de la repetición, tanto en su magnitud como en los encadenamientos de hostilidades regionales que desembocaron en ella, o, aún peor, en la siguiente. El tiempo no perdona el olvido porque todo en él es presente.

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