Tras las elecciones del 25M hice la siguiente reflexión: «tengo la sensación de que estamos viviendo grandes cambios, o tal vez, todo este revuelo sirva para seguir manteniendo las cosas en el mismo orden». Así es, creo que estamos viviendo un momento particular y con el paso de los días me ratifico en ese sentimiento dual. Parece que «el cambio tranquilo» al que tan elegantemente se refería su Majestad la Reina Doña Sofía, se está dando, pero no en el mismo sentido al que ella se refería. El fenómeno Podemos ha hecho realidad, en un tiempo récord, lo que Edgard Morin afirmaba en un reciente artículo, al hilo de lo que había ocurrido en Francia: «alejados del pueblo, el pueblo se alejó de ellos». No vieron -o no sintieron- las angustias de las gentes, sus incertidumbres frente al presente; no mostraron ni una sola palabra de aliento, ayuda o complicidad con una Juventud -cada vez menos joven- maltratada, explotada y condenada al exilio forzoso. El mal del siglo XXI es la profesionalización de la política y su ceguera cotidiana que la ha convertido en un bunker habitado por sonámbulos.

Casi sin reponernos del fenómeno «coleta» irrumpe en nuestras vidas -imposible escapar de la noticia- la abdicación y sucesión del Rey que nos deja esa extraña sensación de que todo está atado y bien atado y que el pueblo, la ciudadanía, sus gentes, las personas? hemos quedado reducidas a la categoría de simples títeres. He leído mofas sobre el dudoso patriotismo de quienes defienden la República, o sobre su incompatibilidad con «la roja». ¿Sabrán ellos y ellas qué es ser patriota? Echad la vista a la «République Française», no hay quien le gane en centralismo y patriotismo «Bleu, blanc rouge»; ¿quién eres tú para obligarme o impedirme que vibre y me emocione con un equipo, con una bandera?

Cuando me muero de ganas por ver qué llevará Letizia en la ceremonia de coronación y qué diseñador español, -«of course»-, la vestirá, cae en mis manos la noticia de que Ada Colau se plantea presentar su candidatura -bajo una gran coalición- a las municipales de Barcelona. ¡Ada Colau, -el alma Mater de Stop Desahucios- alcaldesa de la Ciudad Condal! Me encanta que este momento sea de auténtico revulsivo en nuestra España querida. Que la gente está harta de sesudos comentarios sobre la Constitución, la Monarquía, los logros de la Transición? Que la gente andaba exhausta, que daba muestras de hartazgo, que ha hecho -y sigue haciendo cada día- un admirable ejercicio de contención, de paciencia y de educación pero ha dicho ¡Basta!

Redactando este artículo, me salpica con rabia que «Schulz da su apoyo a una coalición liderada por el conservador Junker», cumpliéndose así la fatídica premonición y dejando patente que entre el número uno y el dos, se intercambian los cromos, o mejor dicho, que nos dirigen «élites intercambiables», que entre liberales y socialdemócratas se llevan repartiendo el juego europeo desde hace ya demasiados años -por cierto, al grupo de los liberales en el parlamento europeo se ha integrado UPyD-. Pero el número uno y el dos lo hacen con la sabia intención de frenar los extremismos. Pobres ciegos, no se han enterado de nada, no hacen más que aumentarlos, auspiciarlos, hasta justificarlos.

¿Grandes cambios para que todo siga igual? Me temo y albergo la esperanza de que no. La sociedad cuenta con mucha gente preparada, con una fuerte conciencia crítica y con ganas de remangarse para no dejar a nuestros hijos e hijas en el fango. Muchas voces que andaban dispersas se juntaron con el 15M, aunque volvieron a la dispersión. Parece que los acontecimientos precipitados, simultaneados y «escandalosamente» premeditados las han animado a unirse y a remar hacia, por y para las personas. Dejemos que se expresen voces que pueden indicar el camino de la regeneración política y de la cercanía, requisito prioritario de ésta. Podemos, los legítimos deseos republicanos, la coalición de Ada Colau, y otros que vendrán, son señales de un cambio de formas que, a gritos, reclama la ciudadanía. Bienvenidas sean y todo mi apoyo porque su irrupción en el espacio político se debe a méritos propios y a demérito de quienes están, ¡oh! instalados en una poltrona perpetua. En este país, empachado de «Tele-realidad», ha llegado el momento de la política realidad, la que toca el suelo, la que se mancha y de la que sientes el aliento.