Podría hablar hoy de los informes al anteproyecto por el que Gallardón pretende negarnos a las mujeres nuestra dignidad de humanas sólo por el hecho de que podemos gestar; algo que los humanos no pueden hacer y que, por tanto, se empeñan en tratar como algo excepcional. Podría también hablarles de las chicas y mujeres secuestradas en Nigeria por los terroristas fanáticos religiosos Boko Haram. O de la pandemia en que se han convertido las violaciones en India. O de la prostitución que el mundial de fútbol alimenta. O del mandato de la UE para que se cuenten en el PIB los beneficios de la prostitución (pero no e ve que los trabajos gratuitos de cuidado realizados por las mujeres). O de tantas y tantas noticias que cada día nos recuerdan a las mujeres el lugar secundario que ocupamos en el mundo. Pero estoy muy cansada de pura tristeza. Así que hoy me voy a permitir dedicar este pequeño espacio a algo aparentemente mucho menos importante: la ceremonia de proclamación del nuevo rey ¿se han preguntado su significado desde la perspectiva de la igualdad?

Reiteradamente se ha hablado de la necesidad de reformar el sistema de sucesión en la Corona por su contradicción con el principio de igualdad consagrado en el artículo 14 de nuestra Carta magna, al constitucionalizar una clara discriminación por razón de sexo. Pero lo que está claro es que el tema de la preferencia del varón sobre la mujer no fue ningún obstáculo para el consenso constitucional, consistente en aceptar la monarquía como única opción de salida democrática. Fíjense qué poco importaba a los parlamentarios de la legislatura constituyente la igualdad y no discriminación por razón de sexo que cuando se votó en la Comisión Constitucional del Congreso el apartado primero del actual art. 57 referido a la sucesión en la Corona se obtuvieron 32 votos favorables y una abstención, la de la única diputada que formaba parte de la Comisión: Teresa Revilla. Fue su forma de protestar tras desistir de presentar una enmienda en contra del texto por imposición de su partido, UCD. Posteriormente, en la votación en el Pleno, todas las diputadas, en tácito consenso entre ellas, siguieron este ejemplo negando su voto favorable a tan flagrante e inadmisible discriminación a las mujeres. Claro que eran pocas y su protesta, por tanto, no pasó de simbólica. Pero ya me gustaría ver esa protesta ahora. Estoy segura de que la gran mayoría de parlamentarias acudirán a aplaudir con fervor la proclamación de Felipe VI. Y, en realidad, lo que estarán aplaudiendo será la materialización del consenso al que los hombres llegaron tan fácilmente para establecer su preferencia sobre las mujeres ¡Qué pena!