En la «tierra de esperanza y de gloria» (Elgar & Benson), donde se es británico por nacimiento e inglés por la gracia de Dios, nuestro país no suele ser centro de atención absolutamente por nada. Una prueba de ello es la escasa cobertura que hemos recibido en los medios de comunicación con motivo de las recientes elecciones europeas. Me refiero, claro está, a la prensa seria, y no a los tabloides, aunque la llamada prensa seria, desgraciadamente, cada vez se parece más a la amarilla, a juzgar por la creciente información tendenciosa que en ella aparece. Adentrémonos un poco en el tema.

Uno. De la coctelera de las elecciones europeas ha surgido un mensaje preocupante de rancio sabor derechista que se resume en: acentuación de la xenofobia, reducción de la inmigración, euroescepticismo, antiislamismo, no a la ampliación de la UE, antisemitismo, etcétera. Son discursos peligrosos que en estos momentos resultan atractivos a un gran número de europeos. Algunos países incluso tienen una versión nacional más sofistidada de los mensajes emitidos: medidas proteccionistas para la industria francesa, stop austríaco a quienes buscan asilo político «ya que la mayoría son criminales», libertad de religión sí, pero asimilación de la cultura danesa, anexión de Flandes, no holandés al ingreso de Turquía en la UE, propuesta sueca de que se pague a los inmigrantes para que regresen a sus países de origen, promoción de la cultura tradicional sueca, nacionalismo radical húngaro, vuelta de las grammar schools británicas, culpa a los banqueros de la situación económica en Grecia, etcétera.

Todo este cóctel esconde debajo de la manga algún que otro saludo hitleriano, simpatías filonazis, equiparación del Corán con el Mein Kampf y vuelta a las antiguas fronteras. Esta vez España, Alemania y algún otro país se han desmarcado de lo que ha sido la tónica en toda Europa, que presenta todo un panorama de desconfianza en la filosofía que un día puso en marcha la locomotora europea. La locomotora española también sigue su marcha, ignorando las manifestaciones de quienes, en su perfecto derecho, piden un referéndum sobre el futuro de la monarquía. Es una situación extraña en la que el Rey decide abdicar la Corona de España, una todo lo legal y sensata que pueda ser, y a un pueblo se le niega el derecho a expresar su opinión. Extraño, repito.

Dos. La abdicación del rey Juan Carlos, sin embargo, sí que ha sido motivo de atención en tres diarios serios: The Times, The Daily Telegraph y The Guardian. En los tres se resalta la decisiva contribución del monarca a la reinstauración de la democracia en España. En uno de ellos, el corresponsal Giles Tremlett, gran conocedor del tejido español, realiza afirmaciones que nunca antes había visto en ningún diario español y de las que he tomado nota para seguir su evolución con más atención tras mi regreso a España: demandas de paternidad, su aforamiento tras dejar de ser rey, lugar de residencia y medios de susbsistencia futuros, etcétera.

Ya ven ustedes que incluso uno aprende cosas de su propio país viajando al extranjero. En otro diario serio veo una la reina Isabel II montada a caballo algunas horas después de que el rey Juan Carlos le comunicara, como a otros monarcas, su abdicación. Es una foto hiriente e insultante para el monarca español, dado su estado físico actual, de sobra conocido. Y al día siguiente me encuentro a la Reina de Inglaterra, fresca como una rosa, leyendo el discurso que el gobierno británico le entrega para su declamación con las nuevas leyes que el gobierno británico tiene a la vista, y me entero de que, en este país de cuento de hadas y de mucho colorido y pompa, la carroza que traslada a la reina en este tipo de eventos está decorada con maderas procedentes de un barco de guerra de Enrique VIII, del manzano que hizo famoso a Isaac Newton por su ley de la gravedad y también de la Torre de Londres. Esto es, lamento decir, pornografía pura para lo tiempos que corren; sin embargo, no llama la atención de la misma forma que la caza de elefantes en Botsuana produjo en su día. Curiosamente a ninguno de los dos monarcas les costó ni les cuesta un céntimo ni un penique del bolsillo tales extravagancias fuera de tono para los tiempos que corren y que a todos nos cuesta entender. Ya se sabe que quien reina por la gracia de Dios, siempre ha poseído, posee y poseerá la verdad, y no parece que nada ni nadie vaya a cambiar esa norma que afecta al destino de los pueblos.

Bueno, pues esto es lo que hay cuando, sin darnos cuenta, enfilamos la recta final de la primera parte del año 2014, que acabará con los mundiales de fútbol de Brasil, preludio del letargo veraniego, y que supone un paréntesis coyuntural para que nos olvidemos temporalmente del paro, del desempleo, de la emigración cualificada al extranjero, del cambio de rey y de alguna cosa más que a ustedes se les ocurrirá, y que a mí se me olvida.