Cuando yo era pequeño, y Franco andaba en la academia militar de Toledo más o menos, los pobres en mi pueblo, íbamos a la escuela sin desayunar. Después de los rezos obligados nos daban leche de los americanos. Pretendían evitar el raquitismo rampante de la época y que nos llevara el aire a la menor ventolera, porque un imperio y una unidad de destino en la universal, no podía permitir que sus niños -los hombres del futuro- anduvieran dándose cabezazos contra las paredes al capricho del dios Eolo, según soplara para un lado o su contrario.

¿Suena al periodo Paleolítico? Pues no, es mucho más reciente. Como en la España de Franco había hambre, los americanos echaban una mano al desarrollo pero no lo hacían rescatando bancos quebrados por gestores avaros. Mandaban cantidades ingentes de leche en polvo, repartida entre los pobres a través de los curas en las parroquias y en las escuelas. También -los benefactores yanquis- mandaban queso -que ahora se encuentra en cualquier supermercado como queso Gouda- pero ese no lo veíamos. Ya conocen el refrán: «Administrador que administra y cura que se enjuaga, algo traga». No sé si el cura arramblaría con el queso -estaría muy feo un cura estraperlista- pero sí que en los desayunos aguados de aquella escuela llena de desconchones, de niños malnutridos y con sabañones, presidida por una foto de Franco y otra de José Antonio, la leche en polvo se tomaba con avidez pero el queso americano jamás dio la cara.

Me viene a la memoria este episodio -de abuelo Cebolleta- porque hoy me he despertado con una noticia sangrante en la primera página del INFORMACIÓN. Dice más o menos: En la provincia de Alicante hay ochenta mil personas malnutridas. En el mismo periódico -este que leen- Antonia Chinchilla -letrada y escritora potente, profunda y precisa, como los fuegos de la artillería, que de algo tiene que servir haber hecho la mili en ese arma- habla de España como subcampeona de la Unión Europea en pobreza infantil.

En mi pueblo -no sé si aún tiene lugar- se celebraba el día del Domund. Unos cuantos niños seleccionados, con una hucha -la cabeza hueca de un negro, un chino o un indio- pedíamos por las calles para rescatar de la miseria y la ignorancia a los niños de las razas que las huchas representaban. Esos niños formaban parte del tercer mundo, eran pobres y nosotros teníamos que acudir en su apoyo. Hoy tendrían que apoyarnos ellos, según parece.

Lo decían los filósofos griegos hace más de dos mil años: no hay nada nuevo bajo el sol. La historia se repite un día sí y otro también.

España -dicen- es la potencia número doce o trece del mundo. Nos salimos del tablero con nuestro producto interior bruto. Escuché un día decir a Zapatero que habíamos pasado a Italia. Orgullo patrio del copón.

El marketing permanente del Gobierno proclama que lo peor ya ha pasado, que los países se dan guantazos por comprar nuestra deuda externa y que ésta se vende a un interés bajísimo. Somos muy solventes y eso es un puntazo. La ministra Báñez, a la que la Virgen del Rocío ha escuchado, dice que se está creando empleo y que vamos como un bólido hacia la meta del bienestar. Florecen las promesas económicas -subida de sueldo, reducción de impuestos-. Miente Forges en sus chistes cuando al aspirante a un trabajo -con seis idiomas, tres licenciaturas, cuatro masters y dos cursos de postgrado- lo rechazan para trabajar haciendo fotocopias porque no tiene actualizados sus conocimientos de sánscrito.

¿No mentirán quienes publican que existe gente desnutrida en nuestra provincia? ¿No serán unos malos patriotas que buscan socavar la credibilidad y el esfuerzo de quienes nos dirigen? ¿Qué es eso de que hay niños que no comen una comida decente, salvo la que pueden recibir en el colegio? ¿Quiénes son los difamadores que hablan de reducción de ayudas a la dependencia? ¿Por qué nos quieren quitar la tranquilidad -a las puertas de la jubilación- diciendo que es un problema grave pagar las pensiones? He oído a Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, decir a voz en grito que estamos viviendo demasiado y que pagar pensiones a tanto abuelo es un problema irresoluble. Es decir: llevo treinta y ocho años pagando para tener pensión. Trabajé otros tres sin contrato, sin Seguridad Social, sin tener edad y casi sin sueldo y ahora resulta que todo eso no sirve para nada, que según esta señora, lo más interesante a estas alturas es morirse para no estorbar, no sea que haya que subir la retención a quienes invierten en las Sicav y jodamos el invento sembrando el pánico entre los inversores.

Mis esperanzas se debilitan en los alrededores del crematorio. Ahora resulta que en Podemos, cuando ven cerca la posibilidad de tocar poder y cambiar estructuras, empiezan las peleas. ¿Ya luchan por un puesto aunque sea de subsecretario? No tenemos arreglo. Vamos a dejarlo, que con el Mundial y las Hogueras estamos servidos.