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Jesús Javier Prado

«Mira, que coisa mais linda...»

(«Garota de Ipanema», de Caetano Veloso)

Está a punto de comenzar el Mundial de Brasil y a todos nos corroe la duda de si la selección estará a la altura de las expectativas, pero hay un factor que de manera rotunda nos debe invitar claramente al optimismo: en estos seis años de larga crisis, cuanto peor nos ha ido como país, mejor nos ha ido con el balón. Es que fue hundirse Lehman Brothers, y empezar a ganar títulos como quien come rosquillas: el paro subiendo como una marea de lava, la prima de riesgo yéndose al infinito y más allá, los concursos de acreedores multiplicándose y los recortes campando a sus anchas, mientras Iniesta, Casillas y compañía mantenían alta la moral de tropa consiguiendo el triplete Eurocopa-Mundial-Eurocopa, haciéndonos caer en una bipolaridad de libro (fases agudas de euforia futbolero-patriótica seguidas de largos períodos de depresión económica y social). Así que no hay porqué preocuparse, porque el pifostio político-institucional en el que está metida España (y qué es España, digo yo: ¿un país centrífugo, un estado-nación multiforme, una monarquía parlamentaria con pulsiones federalistas, o una futura república de cantones independientes?) es difícil de superar: la inauguración del Mundial nos pilla con un rey que se ha ido y otro que aún no ha llegado, con los catalanes montando «castells» por media Europa y los vascos haciendo cadenas humanas en pro de la independencia, y con los dos partidos mayoritarios en sus mínimos históricos y más noqueados que nunca. La prima de riesgo ya no es un problema, pero el consumo interno sigue por los suelos y la deflación no deja de echarnos el aliento en la nuca. O sea, que parece que factores no faltan para que volvamos a demostrar que somos los mejores, y a lo grande?

Parafraseando a Pablo Iglesias, el marqués Vicente Del Bosque ha reprimido sus simpatías y orígenes republicanos y ha optado por mantener a los jugadores de «la casta» que han participado en todos los triunfos del último lustro (y a pesar de que, a algunos de ellos, ya se les empiezan a hacer largos los partidos): Villa, Torres, Xavi, Iniesta, Cesc?.una lista casi cantada formada por la columna del Barca, la savia nueva del Atleti (Koke y Juanfran), los líderes del Madrid y el grupo del «exiliados» británicos Silva, Mata, Cazorla, Azpilicueta?), y en la que quizá vamos a echar de menos a Navas, por la capacidad que tiene de incitar a la revolución cuando los partidos necesitan de partisanos que provoquen escaramuzas por las bandas. Por contra, en toda guerra que se precie se hace imprescindible contar con alguien que posea el carácter y el colmillo de un mercenario, para liarse a puñetazos, mamporros y patadas con quien haga falta, y porque así lo estipula su contrato:y nadie como Diego Costa para que aporte esamala leche barriobajera que a veces nos falta.

Nunca una selección europea ha ganado cuando el mundial se ha celebrado en América. Y en Brasil se van a juntar las ocho selecciones que alguna vez han levantado la Copa del Mundo (Brasil, Italia, Alemania, Argentina, Uruguay, Inglaterra, Francia y España). Por si fueran pocos estos alicientes, lo que parecía que iba a convertir al país del fútbol en una fiesta permanente durante todo un mes, se ha trocado en motivo de preocupación por la mala y fastidiosa costumbre que tiene la gente de quejarse por lo que considera injusto, desproporcionado y faraónico: cantantes como Caetano Veloso, escritores como Paulo Coelho, tribus del Amazonas y hasta exjugadores de fútbol como Romario, Mauro Silva o Bebeto han criticado los gastos e inversiones realizadas, y nadie es capaz de predecir cómo va a discurrir todo una vez que el balón eche a rodar. ¿Conseguirán los goles de Neymar aplacar las peticiones de más pan y menos circo? ¿Se precipitó el gobierno brasileño suministrando opio cuando lo que reclama su gente son más hospitales y escuelas? En un deporte que se utiliza demasiado a menudo para anestesiar a la plebe, desde la lejanía y la ignorancia dábamos por supuesto que el Mundial de Brasil iba a ser una especie de fiesta llena de batucadas en las calles y con mulatas despampanantes en las tribunas, pero no: las calles están llenas, pero de manifestaciones, de huelguistas, de policía y de favelas, muchas favelas. Así que tampoco está mal que los goles, los fueras de juegos y las tandas de penaltis se entremezclen con las protestas de los brasileños que piden unas condiciones de vida que no rayen en la miseria. Y que tomen nota los políticos brasileños, los gerifaltes de la Fifa y también, porqué no, las estrellas del balón: a bastantes de ellos no les vendrá nada mal un baño de dura realidad, dado el autismo en el que se sumergen con sus auriculares y «playstations», y el agobio y el estrés que sufren con tanto traspaso mareante, tanta modelo a sus pies y tanto contrato publicitario.

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