Susana Díaz se queda en Andalucía y no por falta de ganas de extender esa ola de cambio en el PSOE nacional que anunció cuando se hizo con las riendas del socialismo andaluz. Se queda porque Eduardo Madina no ha cedido a las presiones para retirar su candidatura, una de las condiciones que puso encima de la mesa el PSOE andaluz que quería evitar cualquier tipo de confrontación durante el proceso de las primarias.

La operación estaba bien medida. La noche electoral del 25M, Díaz ya sabía que iban a buscarla, que el PSOE había tocado suelo y que sus «nuevos tiempos» de hacer política habían ya pasado la frontera de Despeñaperros. Fue ganando adhesiones de todos los barones del PSOE con la excepción del asturiano Javier Fernández y el extremeño Guillermo Fernández Vara; logró que el propio Rubalcaba anunciara que no era incompatible ser la secretaria general del PSOE y presidenta de la Junta de Andalucía; y cerró el círculo cuando pesos pesados como Felipe González, Manuel Chaves, José Antonio Griñán y Zapatero manifestaron que era la mejor opción para devolver al partido la estabilidad y la fortaleza de la que ahora carece.

Todo encajaba. Solo faltaba convencer al diputado Madina para que pactara ser el número dos del partido, se conformara con ser la voz en el Congreso de los Diputados y se evitaran unas primarias que podían debilitar a Susana Díaz en Andalucía, pues le daría munición de la buena al PP andaluz que aún busca su sitio. Pero Eduardo Madina ha mantenido el pulso y su decisión ha obligado a Díaz a renunciar a liderar el partido y frenar sus aspiraciones.