El pasado día 2 se formó en Palestina un gobierno entre Al Fatah y Hamas, dos facciones de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) después de siete años de una lucha fratricida que debilitaba seriamente su causa. No se trata de amor a primera vista, sino de que la debilidad de ambos les ha forzado a una aproximación. Al Fatah, en Cisjordania, está debilitada porque el proceso de paz con Israel no solo no progresa, sino que Tel Aviv sigue con una política de construcción de asentamientos en los territorios que ilegalmente ocupa desde 1967 y eso hace que cada día queda menos tierra sobre la que discutir. La política de asentamientos forma parte de un propósito deliberado de quienes todavía piensan que Judea y Samaria son las tierras que Dios dio al pueblo judío. Como consecuencia, Mahmud Abbas tiene problemas para explicar a su gente una política de moderación que no produce frutos visibles y eso le debilita.

Por su parte, Hamas, que domina en Gaza, está cada día más aislada internacionalmente por pretender la destrucción de Israel y eso hace que europeos y americanos la consideren una organización terrorista. Además, el golpe de Estado de los militares en Egipto y la consiguiente ilegalización de los Hermanos Musulmanes la han dejado sin su principal valedor internacional y sin los túneles clandestinos que permitían el contrabando de los productos más esenciales que el bloqueo israelí impide que les lleguen por medios normales. Gaza está asfixiada.

De manera que debilidad mutua y realismo político han forzado el acercamiento entre facciones palestinas que ven el mundo de maneras muy diferentes, laica una y fanáticamente religiosa la otra. Como era de esperar, los israelíes ya han anunciado que suspenden el proceso (?) de paz, la construcción de otras 3.300 viviendas en los territorios ocupados y que no hablarán con un gobierno que integre a Hamas. Un regalo para los inmovilistas israelíes. Los americanos han sido más cautos y esperan a ver cómo se comporta el nuevo gobierno cuyas funciones más sensibles (presidencia, primer ministro, Exteriores e Interior) siguen en mano de los moderados de Al Fatah, la vieja organización de Yaser Arafat.

Después de 67 años desde la creación del estado de Israel y después de 47 años de la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días, Israel sigue ocupando tierra palestina y los árabes (con excepciones tan notables como Jordania o Egipto) siguen negándose a reconocerle. Otros como los iraníes, la milicia libanesa de Hezbolá o la misma Hamas no reconocen a Israel, le llaman la «entidad sionista» y quieren echar a los judíos al mar. Así no hay forma de que avance ningún proceso de paz por grandes que sean los esfuerzos de la comunidad internacional, que lleva años intentándolo en vano. El propio Obama salió escaldado durante su primer mandato. El último esfuerzo lo está haciendo el papa Francisco, que acaba de estar en Israel y en Palestina, ha puesto flores en la tumba del ideólogo sionista Theodor Herlz, ha orado en el muro de las lamentaciones y en la iglesia del Santo Sepulcro y se ha abochornado ante el muro de la vergüenza construido por Israel con la excusa de evitar ataques terroristas. Al final consiguió reunir el domingo a los presidentes de Israel, Simon Peres, y de Palestina, Mahmud Abbas, en el Vaticano para hablar de paz.

Que las partes enfrentadas desde hace décadas necesitan empuje, apoyos y garantías internacionales para avanzar no ofrece dudas, pues ellos solos nunca lo lograrían al ser enormes las heridas, los odios y las desconfianzas que entre ellos existen. Además de que los negociadores de ambos bandos se ven coartados por sectores muy nacionalistas de sus respectivas opiniones públicas que les acusan de traidores y vendepatrias a la menor concesión que hacen y ya se sabe que sin cesiones no hay negociación posible. Lo que sobra es miedo en ambas partes, lo que les falta es generosidad y voluntad política para avanzar en un camino que todos conocemos: reconocimiento de dos estados, israelí y palestino, dentro de fronteras conocidas y seguras; respeto de las fronteras de 1967 con ligeros ajustes hechos de común acuerdo; división de la capital Jerusalén con acceso recíproco a los respectivos lugares sagrados, solo separados por metros de distancia cuando no están superpuestos; garantías de seguridad para ambos y en especial para un Israel rodeado de un mar árabe; tratamiento justo de la enconada cuestión de los refugiados palestinos... Nada que no se sepa y que no se haya ya discutido hasta la saciedad.

Pero ambos, palestinos e israelíes, están condenados a entenderse. No solo está en juego la viabilidad a plazo de un Estado israelí judío y democrático, sino que dentro de mil años habrán pasado muchas cosas en el mundo pero israelíes y palestinos seguirán teniendo que vivir juntos en el pedacito de tierra que les ha tocado compartir. No es inteligente insultar durante tanto tiempo a la geografía y a la historia.