Ramón Martín Mateo era un ser especial y excepcional, no sólo en su labor profesional y académica sino también en su vertiente humana. Su desarrollo profesional se inicia en la Administración local, lo que forjó en Ramón una visión práctica del Derecho que le acompañó durante su trayectoria académica posterior. A los ojos de Ramón, la aportación de los académicos del Derecho Administrativo y del Derecho Ambiental al progreso social pasa inexcusablemente por la identificación y solución de los problemas prácticos, la correcta gestión de los intereses públicos y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Precisamente por estas razones, sus inquietudes académicas y los temas que abordó durante su larga vida universitaria fueron muy diversos y variados, pero siempre centrados en el bienestar y en el progreso social, destacando sus aportaciones al derecho local, al derecho público económico, al derecho urbanístico, pero sobre todo, al derecho ambiental. Ha sido considerado con acierto el padre del derecho ambiental en nuestro país, y centró buena parte de sus esfuerzos intelectuales en situar los aspectos y factores ambientales en una posición determinante para el resto de disciplinas del Derecho.

Sería imposible por mi parte pretender glosar ahora su extensa trayectoria en la Administración, su inabarcable bibliografía, las distintas responsabilidades universitarias a las que dedicó buena parte de su trayectoria académica (fue rector de las universidades del País Vasco y de Alicante) o sus impactantes conferencias sobre distintos temas (recuerdo especialmente la presentación en el salón de actos de la Universitat de Valencia de su monografía La gallina de los huevos de cemento, donde puso de pie a un auditorio entregado). Precisamente sus extensos méritos profesionales y académicos han sido ensalzados en los últimos días por discípulos y compañeros de diferentes Facultades de Derecho de nuestro país, de forma que creo que resulta más interesante centrarme ahora en la faceta personal y humana de Ramón.

La sencillez, amabilidad y el trato personal afable y con ciertas dosis de humor que destilaba Ramón Martín Mateo fue una característica de mi maestro que siempre admiraré, y que, sin duda, me ha dejado una huella más profunda como discípulo suyo. Ramón trataba a todas las personas por igual, independientemente de su profesión, de su titulación o de cualquier otra circunstancia, y esa normalidad en el trato, esa forma de ser unida a la genialidad de su conversación, le convirtió en una de las personas más respetadas, admiradas y queridas de la Universidad de Alicante. Daba igual que se cruzase por el pasillo con un PAS, con un becario, con un PDI, con un alumno, con el personal de limpieza o jardinería, para todos nosotros era simplemente Don Ramón, respetado, querido y admirado por todos, sin necesidad de demostrar absolutamente nada o de «tirar» de currículum o de galones (cosa que nunca hizo y que por otra parte le horrorizaba en quien lo hacía).

Recuerdo perfectamente el momento en el que Ramón, Juan José Díez y Germán Valencia me explicaron el sistema de acceso a los cuerpos docentes universitarios, y que si pretendía realizar carrera académica y docente debía solicitar y resultar adjudicatario de una beca de formación de profesorado universitario del Ministerio, y así procedí. Pues bien, integrado en el departamento como becario predoctoral, desde el primer segundo mis maestros y mis compañeros me acogieron como un igual, como uno más. Enseñándome cada día a ser un buen docente e investigador, y una buena persona, formándome y guiándome, pero dándome la oportunidad de opinar y de participar en las decisiones del grupo. Gracias a esta forma de concebir la vida, Ramón consiguió crear una escuela peculiar y diferente de discípulos y librepensadores no uniforme, en la que cada uno de nosotros hemos podido formar nuestra personalidad y desarrollarnos profesionalmente, con una guía adecuada que nos permitía ser verdaderamente libres.

Esa forma de entender la Universidad, diferente a los férreos sistemas anquilosados de maestro y discípulos que todavía persisten en muchas universidades, era un rasgo característico de Ramón Martín Mateo que demuestra su grandeza y su personalidad, y que explica la profunda admiración que sus discípulos sentimos hacia una persona inigualable y excepcional. Buen viaje, maestro, y gracias por todo.