Llevo bastante tiempo sin asomarme a las páginas de INFORMACIÓN. Hay que hacer mutis por el foro, pensar y refrescar las ideas para no repetirse como una mala comida digerida con dificultad.

Cuando me disponía a hacer unas reflexiones sobre las recientes elecciones europeas, llega el Rey y dice que se va. Todos los temas pasan a un segundo plano y todo es análisis de la monarquía, tópicos de despedida y puñaladas al cuello añorando la república. No soy monárquico pero sigo la máxima jesuítica, del santo de Loyola, que tantos beneficios ha dado por su prudencia curil: «En tiempos de tormenta no hay que hacer mudanza». No creo que, por ahora, tengan éxito los republicanos pese al desprestigio -ganado a pulso- de la institución monárquica en los últimos años.

Vamos a lo que vamos: las elecciones europeas, que algunos han intentado ningunear interesadamente, pese su exagerada abstención, han supuesto a mi entender la mayor inflexión política de España desde la transición.

Hemos vivido un montón de años con políticos profesionales a los que -aunque lo nieguen vehementemente- les daba igual ganar que perder, siempre que ellos se mantuvieran en su escaño, cobrando y disfrutando de las canonjías inherentes a diputados, refugiados en empresas públicas, concejalías inoperantes y otros «bujíos» derivados de aquella otra máxima: la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Como el sistema es alternante -unas veces PP y otras PSOE- había un entente cordial similar al del ciudadano, en la consulta del dentista, lo coge por salva sea la parte y le dice suavemente: no nos vamos a hacer daño.

En esa tesitura, vemos gentes de ambos partidos que con la edad de jubilación en los talones o sobrepasada, no han trabajado jamás en otra cosa que no sea la política -podríamos hacer una lista kilométrica-. Vemos indocumentados -un ejemplo- que, sin ser capaces de aprobar la oposición de policía básico, mandan cuerpos de seguridad. Han vivido y viven como el maharajá de Kapurtala, importándoles un bledo el hombre de la calle, pero se les llena la boca y ponen una cara, perfecta para un pésame, cuando hablan del sufrimiento que les provoca la crisis y las estrecheces que ésta ocasiona a los ciudadanos. Intentan convencernos de que eso les quita el sueño pero no los creemos, pese a sus lágrimas de cocodrilo y sus expresiones solemnes de pesadumbre, aunque nos lo juren por la santa de su madre. He ahí la casta a la que alude el que, despectivamente, es llamado «el de la coleta».

Podríamos definir casta como ese grupo de gente que vive como Dios, gobiernen unos u otros, porque ellos siempre están en algún sitio. Estos son los que afirman en petit comité: creía que íbamos a ganar los de derechas y hemos ganado los de izquierdas. O viceversa, como los músicos de Sabina.

El Gobierno se ha dedicado a la macroeconomía, a la prima de riesgo, a los bancos (si pierden o se arruinan con pensiones millonarias para los arruinadores, los rescatamos entre todos y si ganan, la ganancia es para ellos), a contentar a Merkel, a la Iglesia, a dificultar el acceso a una Justicia justa con las tasas y otras zarandajas, y al marketing de que todo va a ser maravilloso a corto plazo.

De ahí, la casta. Unos por otros, por los que viven como Dios, el hombre de a pie sigue escuchando promesas, estadísticas, resultados macroeconómicos, loas y cantos triunfantes, mientras sigue viendo la nevera tiritar vacía.

El grito de guerra de muchos indignados ha sido: PSOE y PP, la misma cosa es, porque el PSOE se ha dedicado a desangrarse navajeándose, preocupado por sus cosas, por repartir sus pocos cargos, por intentar escurrir el bulto de su corrupción -que la tiene- y por ver si un mirlo blanco llamado Susana lleva a cabo el milagro de multiplicar los panes y los votos.

Muchos políticos de casta -viven de eso desde tiempos de Matusalem- están instalados en la subcultura de la vagancia, pasean el folio, pontifican de higos a peras, calientan algún asiento por el que cobran la nómina y? pare usted de contar. Ahí surge fuertemente el de la coleta, denostado como bolivariano, insultado como sucio y falto de peluquería, acusado de reunirse con etarras, calificado como antisistema, iluminado y hasta receptor de dinero del gorila Maduro. Tiembla el bipartidismo acomodado e inoperante porque el coleta es las orejas del lobo y la casta las ha visto.

Si el PSOE cambia radicalmente -tiene una oportunidad de oro con la candidatura de Pérez Tapias, el tío más trabajador, honrado e inteligente que conozco y lo conozco bien desde el 72 y durante toda la carrera-. Si Izquierda Unida baja del Olimpo y, junto con Podemos, pierden el miedo a los agoreros que siempre anuncian ruinas, hay una puerta abierta a la esperanza para el hombre de a pie. Y la gente no es tonta.

Por la parte que me toca, a las puertas de la jubilación y del crematorio, esto no me debía importar, pero quiero lo mejor para este país maltratado que aún se llama España.