Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Fernando Ull

Un rey reformista

Las razones exactas por las que el hasta ahora Rey ha decidido abdicar quizá nunca las sepamos. Se puede hacer, en cualquier caso, una aproximación a los diversos motivos que han terminado por convencer al monarca del necesario cambio que debía producirse en la Jefatura del Estado. Por un lado, el índice de popularidad de la Corona en la sociedad española no ha logrado remontar a pesar de los esfuerzos del Rey en los últimos meses por recuperar el prestigio perdido, sobre todo en la nueva generación de españoles que no recuerdan, o que ni siquiera habían nacido, la noche del 23 F. El bochornoso comportamiento de Iñaki Urdangarin, que intentó hacerse rico a base de vender humo a empresas que buscaban hacerse fotos con la Familia Real, y que con toda seguridad terminará sentándole en el banquillo de los acusados, así como los errores de índole personal del Rey que trascendieron a los medio de comunicación, han pesado sobre un monarca acostumbrado a ser aplaudido allá donde iba. Los abucheos sufridos en el último año por todos los miembros de la Casa Real en los actos públicos a los que acudían han dado por terminado ese estado idílico que la Familia Real disfrutaba en la sociedad española desde los tiempos de la Transición.

A ello habría que sumar los problemas físicos consecuencia de las últimas operaciones que han limitado su movilidad y, lo que es más importante, su constante deseo de viajar, deseo que le ha llevado a visitar algo más de 100 países en representación de España. Su recuperación médica, más larga de lo esperado, unida a la constatación de que la monarquía, como una de las instituciones básicas del Estado, como uno de los motores que deben adentrarnos en el siglo XXI y en el avance hacia una sociedad moderna y con igualdad de oportunidades, estaba perdiendo peso social han terminado de convencer a un Rey que entendía que su nombre, a pesar de su participación en los retos actuales de la democracia española, se encontraba más unida al pasado reciente que a la actualidad.

Con su abdicación, Don Juan Carlos pretende recuperar el prestigio de la monarquía, de su fundamental papel, desde la neutralidad, en la necesaria concordia que debe haber entre los principales partidos políticos y en su función de puente de comunicación entre distintos elementos de la sociedad española. Su capacidad para crear confianza con personas aparentemente dispares ha servido durante años a los diferentes presidentes de gobiernos españoles para solucionar conflictos con otros países, para conseguir acuerdos económicos para empresas españolas y para aportar al exterior una imagen de modernidad y seguridad jurídica a inversores españoles.

La esencia y la principal característica de Don Juan Carlos ha sido desde el principio hasta el final la de un Rey reformista. Sin su empeño en traer la democracia a España en el menor tiempo posible tras su proclamación en 1975, el tiempo conocido como la Transición hubiese sido distinto y probablemente peor. Su decidido apoyo al pueblo español durante el golpe de Estado de 1981 terminó de asentar el sistema de libertades del que disfrutamos ahora, sistema que nació gracias al consenso de casi todo el arco parlamentario que decidió renunciar a una parte de sus aspiraciones históricas y políticas a cambio de estabilidad y democracia. Inmersos en el mayor periodo de paz y libertad del que jamás hemos disfrutado los españoles, las voces que han surgido desde la izquierda reclamando el cambio hacia la República olvidan que tras la muerte de Franco la izquierda, empezando por Santiago Carrillo, aceptó la monarquía parlamentaria como modo de gobierno para traer la democracia pero también para conseguir de una vez por todas reconducir a la derecha española, históricamente contraria a la democracia, y a los militares, a un espacio de libertad reglado por leyes emanadas de la voluntad popular.

La existencia de un monarca, como una figura representativa del Estado español y con funciones de equidad y concordia, tal y como viene recogida en la Constitución española, no ha supuesto ninguna cortapisa para que la democracia española haya podido desarrollarse desde hace más de treinta años. Al contrario, su neutralidad política, criticada por la derecha más conservadora que no ha perdonado a Don Juan Carlos su buena sintonía con los presidentes de Gobierno del PSOE, ha supuesto otro elemento más de cohesión de los españoles.

Cualquier modificación que se quiera realizar sobre la Jefatura del Estado debe partir necesariamente de la propia Constitución para volver a ella utilizando al efecto las normas que establece. Cauce legal que nos recuerda a aquella famosa frase de Torcuato Fernández Miranda: «De la ley a la ley pasando por la ley». El Rey, con su abdicación, nos ha señalado la importancia de adecuar la Constitución a un nuevo siglo y a una nueva sociedad, pero al mismo tiempo nos advierte de la necesidad de no romper el consenso constitucional de 1978.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats