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José María Asencio

Elecciones europeas

Pasada una semana de las elecciones europeas procede hacer un análisis de sus resultados, más pausado y reflexivo y menos influido por impresiones inmediatas, ver las cosas con más calma, sin las alarmas que se han encendido exageradamente y sin extraer de la realidad consecuencias superiores a lo que ésta ofrece.

Son muchos los datos que conviene analizar, aunque para ello sea imprescindible partir de algunas premisas ignoradas y cuya omisión lleva a conclusiones que, posiblemente, sean erradas.

No se debe olvidar que se ha tratado de unas elecciones europeas, no nacionales, en las que, tradicionalmente, los votantes no consideran la incidencia directa de su voto en la política cotidiana. Este hecho explica que en toda Europa haya habido una fuerte inclinación hacia formaciones críticas con el sistema, que representan extremos que no responden directamente a las ideologías de los ciudadanos. Ni Europa se ha hecho de repente fascista, ni España bolivariana. Un cambio tan profundo no se produce en tan corto espacio de tiempo, de modo que el voto en este caso es más expresión de sensaciones, que de apuestas de futuro.

Tampoco debemos dejar de atender al hecho de que los votantes de las formaciones clásicas han optado en buena parte por la abstención. Un número muy elevado de personas, cuyo voto es fiel a los partidos mayoritarios, ha preferido no acudir a las urnas, lo que no significa que no lo haga en el futuro cuando se trate de elecciones en clave interna. La experiencia demuestra exactamente lo contrario y el incremento del voto daría como resultado la recuperación de la hegemonía, aunque más mermada, por parte de las formaciones mayoritarias.

En tercer lugar, hay que tener en cuenta que la circunscripción electoral nacional ha favorecido a los partidos minoritarios, pero que el sistema proporcional no depara los mismos resultados, de modo que en elecciones futuras no será tan fácil a estos últimos alcanzar la representación obtenida que favorecerá, de nuevo, a los partidos mayoritarios.

En definitiva, no tiene tanta trascendencia lo sucedido como se quiere exponer, no tanta, pero sí la suficiente en todo caso para que PSOE y PP, que aseguran la estabilidad del sistema, adopten las medidas necesarias para evitar que el descontento pueda extenderse, de futuro, a una sociedad que reclama cambios importantes, pero dentro del modelo, no fuera del mismo.

El bipartidismo está fuertemente asentado en España, aunque en épocas de crisis y tensión social el desencanto permita expresiones que los votantes saben imposibles, que desconocen en sus consecuencias, pero que acogen la protesta. La política es el arte de lo posible, siendo incompatible, cuando se ejerce para gobernar, con propuestas aparentemente utópicas, pero que representan regímenes no deseables para una sociedad como la europea. Ni España es Venezuela, por ejemplo, ni Europa podría volver a la Alemania nazi. La clase media europea es tan importante, aunque ahora esté castigada, que no toleraría revoluciones que la llevaran a perder su identidad y al desastre que implicarían cambios tales.

Dicho esto, sí se impone que PP y PSOE reflexionen y se comporten como auténticos partidos de gobierno. El PSOE no puede olvidar que tarde o temprano volverá a presidirlo y que sumarse a políticas de quienes no van a alcanzar esta responsabilidad solo favorece a estos últimos, pues sus votantes le exigen cordura, realismo y sensatez. De hecho, cuando se convierte en vanguardia de soluciones radicales pierde votos por ahí, pues nadie puede sensatamente identificar al PSOE con partidos cuyos objetivos no se enmarcan en el fortalecimiento del Estado de Derecho.

IU es también y lo ha demostrado, un partido democrático. Si se pierde como referencia sufrirá las consecuencias en un futuro próximo. Y UPyD, debe ocupar un espacio determinado y propio. Tener su identidad hoy muy difusa.

El PP, por su parte, debe ser consciente de que las políticas de austeridad, aunque mejoren la macroeconomía, producen pobreza social, debilitan a las clases medias, sus votantes y generan una bolsa de miseria y pobreza que puede reventar en cualquier momento. Se imponen políticas de crecimiento que atemperen los efectos de las medidas de recorte y, sobre todo, que ofrezcan soluciones a una juventud desencantada con un sistema que les regatea el futuro.

Tanto uno como otro (PSOE y PP) han de abandonar ese enfrentamiento que reduce la política a un ring y que es muestra de nula sensibilidad hacia las personas, que son algo más que un voto al precio que sea. Eso produce desesperanza y lleva al castigo electoral cuando el desánimo se imputa a políticas cuyas diferencias no se explican. Y no explicarlas es incurrir en falta de seriedad y realismo y sustituirlo con eslóganes que todos sabemos falsos. Rigor es sinónimo de esperanza, pues la crítica desnuda a nada conduce, aunque sea tan rentable moviendo sentimientos heridos.

Frente a la algarada y la palabra fácil y gratuita, se impone la responsabilidad. La historia universal está llena de ejemplos de demagogos, algunos bienintencionados, otros no tanto, pero que poco han aportado al bienestar social. No me preocupan. Sí que quienes deben transmitir seguridad sigan su ejemplo. A tiempo están de remediarlo.

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