Hace justo una semana, mi agenda madrileña como directora general de Relaciones Externas de Prensa Ibérica -grupo editor de este diario- me permitió estar por la mañana con los Reyes y por la tarde con el Príncipe. Los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España y el XV Aniversario de la Fundación Euroamérica, dos actividades de marcado sello iberoamericano y europeo, contaron con sendas presidencias reales.

La cordialidad de los miembros de la Familia Real con la gente se convierte en calidez cuando saludan a alguien que ha tenido el honor de trabajar más de diez años como su directora de Comunicación. Se interesan por ti, tu familia y tu trabajo. Y aceptan con gusto la enésima foto para amigos que te piden el favor de retratarse con ellos. Es algo habitual en quienes saben que están al servicio de los españoles.

La mañana del martes, el Rey recibió un aplauso más prolongado de lo normal. Quizás, el público quería mostrar el apoyo a los esfuerzos ímprobos que ha hecho Don Juan Carlos viajando por los emiratos del Golfo y a Arabia Saudí: tres viajes en apenas un mes. Cualquiera de nosotros acusa un simple resfriado, y el Rey, con ocho operaciones en los últimos cuatro años, ha mostrado en todo momento buen talante, vocación de servicio y ganas de seguir siendo útil a España.

Allí estaban Juan Miguel Villar Mir, presidente de OHL, o por la tarde, César Alierta, de Telefónica, para confirmar la impagable labor del Rey y el Príncipe como promotores de las empresas españolas en el mundo. Don Felipe estaba en El Salvador cuando su padre anunció su abdicación. La bandera de la Unión Europea, junto a la española, tras el Rey, mientras explicaba las razones de su decisión histórica. Y ahora toca intensificar la labor en Oriente Medio y Asia para mostrar que España es un país sólido en el que se puede confiar para invertir y contratar.

Como una muestra más de servicio a los españoles, Don Juan Carlos nos explicó ayer que deja paso al Príncipe, porque merece la pena que los grandes retos que tenemos los afronte una nueva generación. También el Rey, con 37 años, casi diez menos que Don Felipe, aceptó el enorme desafío de impulsar la transición de la dictadura a la democracia. Era lo que el pueblo español demandaba entonces para situar al país a la altura de las grandes naciones, como España siempre ha sido.

La decisión de abdicar del Rey es también una muestra de su espíritu modernizador: protagonizar en vida, con toda normalidad, su sucesión. En los Países Bajos, uno de los países más prósperos del mundo y más avanzado socialmente, la Reina Guillermina, en 1948, la Reina Juliana en 1980, y la Reina Beatriz, en 2013, han abdicado en vida en sus respectivos herederos.

El Rey, con el bastón que puede acompañarle de por vida, podría haber optado por simplificar su agenda: menos viajes, más audiencias en su despacho, menos actos que demanden estar mucho tiempo de pie, menos saludos en las recepciones reales? y seguiría al frente de la Corona. Sin embargo, sabe que las dificultades económicas, sociales y autonómicas que atraviesa España requieren un jefe del Estado con nuevas energías. Y el Príncipe de Asturias está de sobra preparado en todos los sentidos, y alejado de los casos de imputación de miembros de la Familia Real que tanto desgaste y sufrimiento han causado a la Corona.

De renuncias y sacrificios, sabe mucho esta familia. Tras la mesa de su despacho, en el histórico y sencillo mensaje de ayer, había dos fotos: El Rey, el Príncipe y la Infanta Leonor, que representan la continuidad inherente a la Corona. Y el Rey con su padre, Don Juan de Borbón. Hace 37 años, el 14 de mayo de 1977, en la sala contigua al despacho del Rey, se produjo otra renuncia: la del Conde Barcelona, heredero de Alfonso XIII. Don Juan, una vez aprobada por referéndum la Reforma Política, y tras la legalización del Partido Comunista, supo que la figura de Don Juan Carlos y la monarquía parlamentaria estaban asentadas. «Majestad, por España», dijo el padre a su hijo en un acto de generosidad y patriotismo, renunciando a sus derechos dinásticos.

También Juanito, con apenas diez años, cuando llegó a la Castilla árida y fría, para formarse en España, dejando el verde Estoril del duro exilio de sus padres, empezó el aprendizaje en el sacrificio y la disciplina. Toda una vida dedicada a España, como nos decía ayer Don Juan Carlos en su emotiva despedida.